No puedo dejar de decir que somos expresión genuina de ese plasma originario e indómito que comporta la venezolanidad.
Al publicarse estas líneas papá estará cumpliendo 80 años. Dicen que el mejor análisis de las circunstancias (Ortega y Gasset), es el que se hace desde la nostalgia de lo vivido. Hoy deseo rendirle tributo a un hombre que a pesar de su apaciguamiento involuntario, por la rigidez del país y su Parkinson, precisamente más lucha con su “circunstancia”, por lo cual su ejemplo se hace más revelador y su alma más poderosa. Ese referente de espíritu indoblegable es papá…
Papá es Venezuela y Venezuela es papá. Nacido de una familia de origen hispano (canarios), se crió en la parroquia San José de Caracas, en compañía de 11 hermanos. Como él dice :”sentados en la mesa por orden de edad, el de al lado criaba al otro”. No sé si por casualidad, seis de ellos terminaron sus estudios y los otros marcharon temprano a trabajar, desde donde el que ya ganaba, “contrataba” al hermano, para pulirle el carro o los zapatos, justificando el diezmo (un cachete). Papá de gustos militares, pronto fue llevado de la mano (y de la oreja) por su hermana mayor Cicita (Prof. del Liceo Andrés Bello), a la Escuela de Medicina de la UCV. Allí obtuvo el grado de Médico Cirujano-Internista (Escuela Luis Razetti-1961) después de cursar un año en la Universidad de Salamanca, por el cierre de la UCV en tiempos de Pérez Jiménez. Luego hace postgrado en Neumonología y vías respiratorias, al tiempo que se iniciaba como profesor de Postgrado de su alma mater. Tiempos de una Venezuela en pleno surgimiento político, económico y social. Tiempos que dieron luz a la masificación de la educación, a la fundación de liceos y universidades, y a la emergencia de una clase media profesional, empresarial y académica, que dio nacimiento a una nación urbana y educada. Tiempos donde el “Bolívar” junto con al Dólar y el Franco suizo, fue uno de los tres signos monetarios referentes del mundo. Época de nuestra versión criolla de “baby boomers” que en vez de nacer en la post guerra, nacieron al tiempo que alumbraba la democracia.
Ya en ejercicio de su profesión, Orlando Viera Acosta dedicó cinco décadas de su vida más a la medicina pública y a la academia. Como gremialista, tuvo sus andanzas por Fapuv, el Colegio de Médicos y la Federación Médica, siempre de la mano de la AD de sus tormentos, de cuyo partido y militantes, jamás se avergonzó, porque siempre ha dicho que más han sido los partisanos decentes, frontales y buenos políticos, que aquellos que deben cuentas por sus malas conductas… Su vida fue el Hospital Clínico Universitario, amaneciendo en sitio cada día, más que en cualquier pabellón privado. De su mano siendo niño, lo visité incontables veces, incluso ya entrada la noche, para pasarle revista a sus emergencias y a sus pacientes. El carácter de papá en práctica forense, florecía elocuentemente. Con paso firme al caminar, se sentía el respeto que le tenían enfermeras y residentes al rendirle cuenta de cada enfermo. Al rompe, cuando indagaba dónde estaba el médico de guardia o la enfermera, la respuesta era de una obediencia militar: “ya se lo llamo (o se lo busco), doctor”. Era una Venezuela de mística, respeto y seriedad por el trabajo y por la vida. El taconeo de aquella pisada de papá en cada pasillo, sea del IVSS de los Jardines del Valle, en Baruta, en el Universitario, o en su facultad, que iba con frente en alto y paso sostenido, para ganar cada segundo y completar sus jornadas en cada recinto, lo recuerdo como de una autoridad sublime, regia e impoluta (de blanca bata impecable y corbata muy ajustada), que rendía culto a esa Venezuela que le había educado; a esos padres y hermanos que le habían inculcado e inspirado rectitud, y a mamá y sus vástagos a quien debía darle ejemplo y sana manutención.
Papá es Venezuela y Venezuela es papá… Un caraquista de pura cepa (del clan de los Leones y de quien heredé su afición), que jugó béisbol desde Altagracia hasta el Panteón; y que tuvo la dicha de recuperar una pelota de goma de la mano de quien recuerda como un inmenso “ángel camino al cielo” cuando de un salto impresionante le salvó que su pelotica se fuera por una quebrada… Ese “ángel-pelotero” -también de San José- fue el primer para-corto venezolano en las Grandes Ligas. Mil veces le he pedido a papá que me cuente esa anécdota, porque las mil veces que se pasea por esa vivencia, sus ojos llorosos brillan de emoción, como la mirada de aquel niño que en 1942, tuvo la dicha de tener como héroe “personal” (así sea por unos instantes), a quien no dejó de tener como hechura de nuestra bondad, de nuestro talento y de nuestra humildad: Alfonso “Chico” Carrasquel Colón.
Y no puedo dejar de decir que mis hermanas y yo, somos expresión genuina de ese plasma originario e indómito que comporta la venezolanidad. Mamá una flor aún resplandeciente. Papá un roble que se nos apaga, pero que jamás dejará de ser ejemplo de nobleza, firmeza y rectitud… Bendición padre. Gracias por serlo y por seguir con nosotros. Tú eres Venezuela y Venezuela eres tú, por lo cual la esperanza aún late…
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco