El olvido es nuestro principal enemigo, esa infame capacidad que tenemos de ir dejando de lado, guardadas donde no podemos recordarlas, todas las infamias que hemos padecido en los últimos lustros. Es la dinámica de un “día a día” siempre atribulado, en la que siempre surge un nuevo suceso que desplaza nuestras atenciones y las focaliza en lo inmediato, en los árboles recién nacidos, sin dejarnos ver la totalidad de este bosque que ya tiene mucho tiempo echando raíces y sin permitirnos detenernos, a fuerza de imponernos la verdad inmediata de cada cuadro aislado, a mirar la película completa. Por eso nos condenamos a cometer los mismos errores, una y otra vez, por eso la realidad nos sobrepasa, por eso caemos siempre en las mismas trampas, por eso estamos como estamos.
El olvido tiene muchas dimensiones. Empieza por desconocer, por ejemplo, que en Venezuela el uso de la “justicia” para desarticular las protestas pacíficas contra el poder es repetitivo, es un patrón, una política de Estado. Es una fórmula que se viene aplicando, lamentablemente con éxito, valga decir, desde el año 2002. Ni Chávez ni Maduro vieron jamás el ejercicio político como uno en el que pueda haber divergencias, e incluso desacuerdos. Para ellos, o estás con ellos o estás contra ellos, no hay puntos medios, no hay matices. O eres su “amigo” o quedas condenado a ser tratado como “enemigo” de la Patria, de la que se asumen su encarnación. Lo demuestran los procesos penales abiertos contra todo el que alzó su voz en Abril de 2002, especialmente los que llevaron a la injusta condena de los comisarios y de los PM; lo demuestran los procesos penales y las condenas que se produjeron tras el paro cívico nacional de 2002-2003, y también las decenas de procesados con ocasión a las protestas que tuvieron lugar tras “El Firmazo” y durante “El Reafirmazo” en 2003. También la persecución que luego se dio, usando la infame “Lista Tascón”, contra todo el que había osado pedir un Referendo Revocatorio contra Chávez. Luego la cosa siguió. En 2007 dos eventos marcaron nuestra historia: el cierre de RCTV y la promoción fallida de un modelo constitucional sectario y hegemónico, todo lo cual dio lugar a importantes protestas y movilizaciones a nivel nacional, a las que también se respondió, desde el poder, con las mismas herramientas persecutoras. Al menos 250 investigaciones penales abiertas contra estudiantes en esas fechas dan fe de ello. En 2013, tras la dudosa elección de Maduro como presidente, hubo focos de protesta que fueron también violentamente reprimidos, y al menos 179 personas fueron sometidas también a procesos penales. Lo que está pasando en 2014 no amerita mayores aclaratorias. Ya son más de 3000 las personas que han sido detenidas por protestar, y de ellas cerca de 2000 han sido formalmente sometidas a procesos penales, solo por participar en las manifestaciones recientes. Incluso algunos “han caído”, como se dice coloquialmente, solo por estar cerca de una protesta. Así de graves están las cosas.
En paralelo, no podemos olvidar las decenas de investigaciones penales abiertas, desde hace 15 años ya, contra comunicadores sociales, banqueros, militares, agentes inmobiliarios, ejecutivos de casas de bolsa, políticos, representantes de ONG y hasta contra humoristas, por mostrar a propios y a ajenos, cada uno a su manera, la verdad de Venezuela, o por resultar coyunturalmente incómodos al poder. Tampoco olvidamos las investigaciones contra oficialistas que, en algún momento, mostraron cierta independencia de criterio y no acataron la voz de mando, por irracional que fuese. También ellos fueron declarados “enemigos de la revolución”.
Todo esto no nace más que de otro “olvido”: el de quienes hoy tienen el poder. Mucho que se llenan la boca hablando de los abusos de otros tiempos, pero no dudan ni un instante en aplicar los mismos métodos, e incluso otros peores, para aniquilar cualquier queja, para cerrar la boca de todo el que les resulte incómodo. Se les ha olvidado, si es que es verdad que alguna vez los padecieron, lo que significan e implican la intolerancia y el abuso de poder. Han traicionado sus propios ideales, si es que los tuvieron más allá del anhelo obtuso de llegar al poder, y de mantenerlo, a costa de lo que sea. En esto, por cierto, no discriminan, y poco les importa si el que protesta es de un bando o del otro, ya que más de 5000 investigaciones penales han sido abiertas, desde el 2005 hasta ahora, contra personas que de alguna manera han alzado su voz contra el poder, y entre ellas también contamos a sindicalistas, indígenas, funcionarios públicos y muchas otras personas que, incluso cuando protestaban, no dudaban, con harta ingenuidad, en proclamarse “revolucionarios”. Eso acá no importa, lo que importa es mantener a todo el mundo, sea quien sea, en el carril. Lo demás es secundario.
También el olvido se muestra en la actitud de algunos políticos opositores, que parece que tienen unas gríngolas puestas que sólo les permiten ver a los lados cuando vienen elecciones. Se les olvida que el quehacer político va mucho más allá de los eventos electorales, y que si quieren en verdad ser líderes, deben bailar al ritmo que las necesidades de la gente les imponen, que no al que ellos, muchas veces desentonados y a contrapelo, se empeñan en tocar. Lo he visto mil veces, los presos y perseguidos políticos, y los DDHH en general, por ejemplo, para algunos solo son “tema” cuando el clamor de la ciudadanía lo reclama, y si y solo si la encuestadora “de moda” les dice que son “importantes”. De resto, de estos temas peliagudos es mejor no hablar, es mejor olvidarlos, no vaya a ser que algún acuerdo menor con el gobierno se deshaga o que el poder les identifique como “enemigos declarados”, con todo lo que ello implica. Ese miedo, pese a lo que se diga, no es libre.
Otros, antes y ahora, se olvidan de lo que se hace o se ha hecho por ellos. Alaban el trabajo y las batallas libradas cuando se da la cara por ellos, e incluso cuando se logra que ceda un poco la barbarie que padecen, pero luego, treinta monedas de por medio, te desconocen, y no les tiembla el pulso para mentir descaradamente sobre ti y sobre tus empeños. El que tiene la conciencia tranquila no se amilana, pero es muy triste (“patético” queda mejor) ver la velocidad con la que algunos olvidan que muy mal paga el diablo a quien le sirve y que el tiempo, juez inexorable, todo lo pone en su lugar.
Alguna vez un veterano activista de DDHH, uno que había sufrido en carne propia los excesos de Pinochet, ante las dudas que le planteamos sobre qué hacer en tiempos como estos, nos dio el mejor consejo posible: “Regístrenlo todo, que nada quede en el olvido, para que cuando los vientos cambien y las cosas sean diferentes, que lo serán, nada impida que la justicia se imponga”.
En eso estamos todos, pese a las mezquindades y a las dificultades. Por la justicia, estamos luchando contra el olvido.
@HimiobSantome