No nos referimos a los jóvenes recién graduados, ni a los emprendedores que luchan por abrirse camino ni a los periodistas y artistas que les han cerrado sus centros de trabajo.
Tampoco a productores y comerciantes que bregan por divisas inexistentes, ni a constructores imposibilitados de generar empleos por falta de insumos ni a las líneas aéreas obligadas a cancelar vuelos y reducir pasajes ni a las ensambladoras paralizadas por no tener acceso a bienes de capital ni a los laboratorios sin insumos para elaborar medicamentos. No, definitivamente la Venezuela productiva y generadora de empleos, esa que una vez conocimos, no tiene futuro.
En contraste sí pareciera haber futuro para los uniformados sembrados en puestos relevantes del alto gobierno, para el Estado omnipotente que interviene la actividad privada, para la corrupción extendida entre la élite gobernante rodeada de un pueblo marcado de pobreza y desesperanza, para los que profesan el comunismo que marca nuestro destino como nación.
También hay futuro para el deterioro del salario, para el robo de las prestaciones y el ahorro de los trabajadores, para mantener a los consumidores con el desasosiego de la escasez, para la angustia de los enfermos que no consiguen medicamentos ni centros de salud pública que los atiendan. Para esa Venezuela de holgazanes, tramposos y carentes de valores éticos, para ellos por desgracia, sí hay futuro.