Los fracasos políticos ni las quiebras económicas públicas jamás causan felicidad, guardan silencio ni duermen en secreto absoluto. Estos traumáticos y lamentables acontecimientos, por su gravedad, hacen gritar al país: ¡La revolución ha fracasado! Este desgarrador fracaso es político, económico, social y, por sobre todas las cosas, ético.
La cúpula roja convencida de su fracaso, se las ingenia y conmina a la gente, para que sobreviva en su sistema infernal de inseguridad y represión, de inaguantable escasez e inflación, de persecución política y abuso contra los DDHH. Esta forma de gobierno ha hecho y está haciendo daños irreparables a la nación. Y todo, porque la dirigencia chavista-madurista, no está dotada para el desarrollo ni para el progreso ni para gobernar en paz. Pues, tiene la desgracia de ser como un rey Midas a la inversa; transforma la abundancia en miseria.
La riqueza y el poder delatan a los hombres. Así mismo, los líderes de esta revolución enajenadora, no resistieron la prueba. Los acontecimientos, han puesto al descubierto a todas sus verrugas culturales. Su falta de escrúpulos, los lleva a establecer, desde sus laboratorios políticos-policiales las maneras de corromper, pervertir y destrozar, además del honor de todos los venezolanos, el de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y de la PNB, para hacerlas incondicionales, ponerlas al servicio y custodia de los colectivos armados. Para que bajo sus miradas complacientes y cómplices, estos paramilitares repriman de manera cruenta, a las manifestaciones que luchan contra la inseguridad y la corrupción. Lo peor, es saber que la represión oficialista ya es a domicilio, usa armas prohibidas, persigue e invade hogares, apresa, tortura o asesina sin escrúpulo alguno.
Además, valiéndose de la fuerza, el gobierno de Nicolás Maduro, difama, acusa, apresa con falsos positivos, hasta llegar a inventar que la oposición planifica magnicidio contra él. De esta manera impide las libertades políticas de Leopoldo López, María Corina Machado, Diego Arria, Ramón Guillermo Aveledo y Henrique Capriles, entre otros valientes y connotados políticos de la democracia venezolana.
Por esta vía, la revolución busca hacerlos seres odiosos, vulnerables e impotentes. Por eso los ridiculiza con apodos. ¿Su propósito?, despojarlos de su condición de personas. Esto tiene un objetivo: negar al otro, al disidente, al distinto. Estos tipos de represión tienen artimañas subrepticias para controlar al pueblo mediante autocensura. Es por eso que la represión oficialista cada día se hace más cruenta, más intimidante y más chantajista. Situación que hace que la gente se sienta en indefensión. Por ello, ha buscado desde sus comienzos para dominar, deshumanizar y quebrantar la solidaridad de la población a favor de los líderes de la oposición. Pues la gente al ser fanatizada y alienada, solo verá en el que padece persecución y tortura por razones políticas, a peligrosos enemigos y traidores de la patria que bien merecen ser castigados. Pocas veces los sentirá, como merecedores de derechos políticos y humanos. ¿Cuál es la intención del gobierno? Cargar al pueblo de miedo e indiferencia hasta someterlo y silenciarlo por completo.
Los gobernantes totalitarios y genocidas temen al magnicidio. Y para defenderse, tocan la fibra sensible de los pueblos. Pues sus miedos cervales lo llevan a construirse autoatentados; para hacer ver, que como ellos, el pueblo tiene enemigos feroces. La historia universal es ejemplarizante. Pero a pesar, que la opresión, el egoísmo y la hipocresía, reinan; los venezolanos no se plantean decisiones extremas para salir de esta peligrosa crisis. El magnicidio está lejos de ser su conducta política. Sin adivinar, los hijos de Simón Bolívar, saben con el mundo, que el magnicidio destroza a los magnicidas; convierte al tirano en mártir y hace a los pueblos esclavos cíclicos del mito. Pero en Venezuela, sin temor a equivocarnos, lo que sí está en trance, es el nicocidio político de Maduro.
En consecuencia, la salida de la grave crisis política del país es constitucional, está entre la renuncia del presidente y la formación de un gobierno de unidad nacional que busque evitar la guerra para orientar al país hacia la paz, la libertad y al verdadero bienestar social. Porque, sin lugar a dudas, toda guerra es genocida. Y cuando esta, degenera en postguerra, los vencedores imponen su paz y sus conductas políticas. Pero lo hacen sobre la apología de los muertos. Y, generalmente, bajo el mismo discurso que pudo haber evitado la guerra.
Víctor Vielma Molina|Educador|victormvielmam@gmail.com