Montado en su triciclo, Antonio González despacha agua, malta y tostón a esa clientela desesperada que hace su cola para entrar al Gran Abasto Bicentenario del centro comercial Babilon. Desde que lo despidieron tras haberse desempeñado como inspector de salud por más de 11 años, su vida transcurre entre el comercio informal.
“Me tocó buscar trabajo a toda carrera y vi este lugar rentable por el tráfico de gente. Le hice caso a un abuelo que me dijo: compra, revende y veras que pronto rico serás”, recuerda este señor, quien ahora está instalado al frente de Babilón. Le hace compañía a Richard Rodríguez con sus tizanas y a Ingri Montes con sus jugos. Todos disponibles para matar “tigritos” y llevar el sustento a casa.
Así como las afueras de Babilón poco a poco se llena más de buhoneros; es un escenario que se repite en las afueras de otros centros comerciales de la ciudad. Por lo menos, en las cercanías del Metrópolis, hay un promedio de 22 trabajadores informales. Los tarantines resaltan al frente; algunos grandes, otros pequeños y hay quienes venden su mercancía debajo de los árboles.
Para el sociólogo Nelson Fréitez, el incremento de la buhonería en Lara se presenta cuando la economía no genera las fuentes de empleos que requiere la fuerza de trabajo. “La economía venezolana no tiene capacidad para absorber a los cientos de hombres y mujeres que demandan trabajo”. Afirma que entre el 5 y 10% de esa fuerza de trabajo no se inserta al proceso productivo.
Leer la nota completa en La Prensa de Lara