La selección brasileña que encantó al mundo, la de Zico, Falcao, Sócrates, Toninho Cerezo y Júnior que dirigía como con una batuta Tele Santana, precozmente llegó al fin el 5 de julio de 1982.
El sábado se cumplirán 32 años de la desaparición en el estadio español de Sarriá de ese ‘jogo bonito’ con tres goles crueles del italiano Paolo Rossi.
Y un día antes, pero de 2014, una selección colombiana con pruebas ya serias de jugar bien al fútbol que no es la italiana rocosa que presidía Rossi en 1982, plantará cara a una Canarinha presionada a ‘ganar o ganar’ en casa para evitar otra tragedia mundial como la de 1950 en el Maracaná.
Las generaciones de hoy quizá no sientan la nostalgia del ‘jogo bonito’ que tuvo su triste fin en el Mundial de España ni se emocionen con la foto de diario, ya en sepia, de un niño que lloraba sin consuelo el vuelo frustrado de Brasil hasta las semifinales.
Pero los brasileños de todas las edades recuerdan sin excepción, que hasta hace veinte años el atajo para ganar cuando era obstruido el camino largo y placentero del ‘jogo bonito’ se encontraba en los goles se Romário y Bebeto, de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldo; o de Luis Fabiano y Robinho, como en el pasado Mundial.
Jugar bien para encender el entusiasmo de las gradas no es la elección en los tiempos de hoy para muchos técnicos si la otra opción es el triunfo que lleva al título.
Brasil no ha logrado en su Mundial dar una secuencia de buen juego durante los 90 minutos.
Gana por espasmos, como a remolque del compromiso de un país de 200 millones que exigen a la Canarinha la sexta corona, que llaman con familiaridad ‘hexa’.
Y es que si en el saldo de los cuatro partidos ya jugados el ganar y el convencer aún no riman, aunque con reiterados cambios en el once se hayan ensayado sonetos, romances o coplas.
Adelante aparece imponente Hulk, de fuerza casi descomunal pero que no define, como es el caso del ‘9’ que le acompaña, Fred, más sutil en la técnica pero melancólico ante las feroces críticas y los números que lo sitúan ya, con apenas un gol en cuatro salidas, como el de peor en su puesto desde Valdomiro en el Mundial de 1974.
La responsabilidad del gol queda, entonces en las botas y la genialidad de Neymar, que ha sabido cumplir con creces, pues suma cuatro goles, los mismos que Lionel Messi y Thomas Müller.
Pero su desgaste se hizo evidente en el choque de octavos de final contra Chile hasta el punto que ahora preocupan las secuelas.
Sin un Neymar fluido, su Brasil se parte entre una defensa que aguanta ordenada a partir del portero Julio César, ya aliviado del peso moral por la eliminación del Mundial pasado, y dos zagueros rigurosos: Thiago Silva y David Luiz.
En las bandas aún no se ve la mejor versión de Daniel Alves y Marcelo, lo que amplía más el trabajo de Luiz Gustavo y Paulinho a la hora de apagar incendios en el centro del campo y las laterales.
Para colmo, Luis Felipe Scolari tendrá que hacer algo para recuperar al desaparecido Oscar, quien desde el remate de temporada ya daba muestras de ausencia en el Chelsea e hizo pensar a José Mourinho si no estaría reservándose para el Mundial.
Su compañero de club, Willian, espera paciente su oportunidad en el banco, como también Fernandinho, que ha dado buenas sensaciones cada vez que entró en la cancha, aunque tiene un dilema a lo Hamlet ¿hacer su propia faena o trabajar como mozo de espadas de Neymar?
Por eso a cada partido se repiten las imágenes de un Brasil fracturado entre defensores y atacantes, ocho u ochenta, sin medias tintas, con pelotazos largos, empujado encima del adversario por una pasión popular que exige el ‘hexa’.
Por lo civil o por lo militar.
Sin Luiz Gustavo para jugar este viernes en Fortaleza por haber sumado dos tarjetas amarillas, Scolari pierde a su principal barreminas para colonizar la mitad de la cancha, el hábitat de los talentosos James Rodríguez y Juan Guillermo Cuadrado.
Pero en esa falta de patrón, de patrón fluido de juego, no paran las preocupaciones, al menos para la afición.
El estado emocional de la columna vertebral del equipo, que se nota desde el momento de entonar el himno y que al eliminar a Chile tuvo en una dramática tanda de penaltis desató una reacción de llanto en Thiago Silva, David Luiz y Neymar, hacen recordar que Brasil tiene una selección de talentos muy joven.
Y quizá confirme que a un Mundial se debe llegar con un buen pelotón de guerreros consagrados.
Quizá las batallas ya libradas hayan sido suficientes para presentar ante Colombia un juego redondo, el del encanto y la magia que prima en el ADN de la historia futbolística brasileña
Las notas de violín Stradivarius y piano Steinway que parecían salir de las botas de la vieja guardia brasileña al interpretar en 1982 el ‘jogo bonito’ han cedido ante el rugir de los tambores de guerra arengados por Scolari.
El seleccionador no se ha sonrojado al admitir que no soporta más las buenas maneras. Él también sabe ganar a su estilo. Y eso lo recuerda esta generación. EFE