Antes de llegar al mostrador, los prestadores del servicio llaman al cliente para hacer el relevo, ahorrándole tiempo. Sociólogos lo valoran como un trabajo informal e improductivo para el desarrollo nacional. En Anauco lo analizan como un fenómeno sin restricciones legales, publica La Nación.
No es lo mismo vivírsela en las colas, que vivir de las colas. De las entrañas de la crisis emerge un nuevo oficio: hacedor de filas. “Las hago donde necesite, nos trasnochamos por usted, personal honesto, seriedad, pago adelantado. Baterías, salud, banco”, se lee en un clasificado de prensa. Otro ofrece: “Para comprar batería, gas y farmacia. También le pagamos los servicios de agua, luz, banco”. Y hasta remata con un “compañía seria y responsable”.
Perder los documentos personales y del vehículo puso a Silvestre Jaimes a trajinar por San Cristóbal. “Llevé más golpes que una gata ladrona haciendo colas. ¿No habrá una empresa o alguien que facilite tantas diligencias?”, se preguntó el jubilado de la administración pública y extaxista atracado. Así fundó hace tres meses una organización espontánea, que ahora está en proceso de formalización, y que se llamará “Colas sin colas”.
La tarifa más económica es 500 bolívares, frecuente en casos de pago de tributos o recibos por consumo de agua, electricidad y teléfono. Aquello es planificado, pero ante una urgencia la cotización dependerá de qué tan kilométrica sea la hilera, una dinámica que explica Jaimes: “Supongamos que alguien llama y pide ayuda con la cola del banco para ya. Eso saldrá más o menos en 750 bolívares, porque yo estaría llegando de último. Cuando falten 10 personas, llamo al cliente para que llegue cómodamente y hagamos el relevo”. Mil bolívares podría ser el tope, justificado por esperas con pernoctas para baterías, repuestos o cauchos de carros.
El equipo ya suma 21 integrantes en Táchira, donde empezó todo. “Cuando usted ve una cola gigante, ahí hay uno de nosotros. Tenemos hasta abogados; personas que no han conseguido trabajo, o la crisis se les ha hecho tan fuerte, que empezaron con esto”, reveló el iniciador. Como los clientes llegan casi a diario, consideran registrarlos en una base de datos. A corto plazo, hasta quieren identificarse con una camiseta. Incluso, por llamadas de terceros interesados, la idea se ha extendido a Miranda, Aragua, Carabobo, Zulia y Lara.
Las diligencias bancarias (sobre todo pensiones de vejez) y tributarias son los servicios más demandados. Para hacer megacolas en los supermercados los llaman mucho, pero solo aceptan tras cerciorarse que los encomenderos no incurrirán en negocios ilícitos. “Antes pedimos una serie de requisitos, nos cuidamos mucho en esta parte. No estamos de acuerdo con el llamado ‘bachaqueo’, porque es una forma de desangrar a la población”, aclaró Jaimes.
Escasea el tiempo
Unos aceptarían. “Si alguien me dice: deme algún aporte, váyase para su casa y vuelva mañana temprano, yo lo haría, por el tiempo y sobre todo por la inseguridad”, confesó Rosalba Carrasquel. Así opina después de batir su récord personal de colas: 13 horas encerrada en su carro agonizante de batería. “Claro que me dio miedo, pero me tranqué y aquí dormí”, relató la docente de Educación Física, que a las 9:00 de la noche conquistó el puesto 13 para el día siguiente.
Sacando cuentas, resultaría más barato sumar la hipotética comisión por cola de 1.000 bolívares a los 1.200 que cuesta una batería en un distribuidor autorizado, que desembolsar hasta 6.000 bolívares a un revendedor, contrastó otro cliente. Lo que no sería rentable, por ejemplo, es desprenderse de 500 bolívares si una bombona de gas pequeña cuesta solo 5.
Otros se rehúsan. “No estoy de acuerdo, porque eso sería acostumbrar mal a la gente, al dinero fácil”, rechazó Natalia Bracamonte mientras esperaba la tramitación de su pasaporte. La administradora se enfiló a las 2:00 de la madrugada y quedó de número 31. Resistió de pie y bajo la lluvia hasta las 4:00, cuando suele llegar un señor que por 10 bolívares alquila banquitos plásticos. “Igual nadie se puede tomar la foto por uno”, bromeó.
Aunque no se sometían a las tomografías ni a las resonancias, un par de mujeres cobraban hasta 800 bolívares por madrugar y asegurar cupo para alguno de estos exámenes diagnósticos. Tras denuncias de pacientes, algunas clínicas de la ciudad debieron cambiar la logística: ya no será por orden de llegada, sino previa cita y con orden médica y cédula de identidad de por medio. En otro hospital privado es popular el cuidador de estacionamiento que hasta hace poco cobraba por esperar turno en consultorios.
Solución es producir
Obtener ganancias económicas por hacer cola en nombre de terceros no solo es un trabajo informal, sino improductivo, valoró el sociólogo Carlos Raúl Hernández. En la aparición del fenómeno influye el hecho de que el aparato productivo del país no encuentra cómo emplear a adultos jóvenes con alto nivel de calificación profesional. “Es una tragedia; un desperdicio de lo que técnicamente se conoce como el bono cronológico o demográfico”, explicó el también doctor en Ciencia Política.
Al segundo semestre de 2013, Táchira tenía una tasa de desocupación de 22 mil 649 habitantes, todos económicamente activos y mayores de 15 años, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística. Una cifra al alza en comparación con los 14 mil 428 desocupados que había en el primer semestre del año anterior. El sociólogo diferenció que los países sin fracturas económicas procuran que la juventud sea capaz de producir.
Si bien las colas son el último elemento del paisaje urbano, los que las asumen como quien va al sitio de trabajo llegaron para quedarse. “Realidades como esta terminan convirtiéndose en costumbres”, auguró Hernández. (Daniel Pabón)
Fachada de un país
La presencia de “hacedores de colas” es una terrible fachada del país actual, consideró Roberto León Parilli, presidente de la Alianza Nacional de Usuarios y Consumidores (Anauco). “Que haya que pagar hasta por hacer una fila para así aprovechar el tiempo útil, que tiene un valor, es muy triste. ¿Se imagina usted esto en otro país? Es inconcebible”, objetó.
La existencia misma de largas y acostumbradas colas lesiona garantías de los consumidores. “La Constitución habla del derecho a elegir bienes y servicios de calidad, y la calidad no solo engloba las condiciones del producto, sino su entorno y su acceso”, refirió el abogado.
La legislación vigente no regula esta actividad, ni la tipifica como ilícita. Para León Parilli, de hecho, esta es una situación más moral que legal: entiende el fenómeno únicamente como la prestación de un servicio, aunque también sopesa que se presta para negociar con las penurias y necesidades de los venezolanos. “Es como una gestión de negocios: el que hace la cola por otro no llega hasta el mostrador a suplantar su identidad, simplemente le ahorra tiempo”. (DP)