En Venezuela cada día crecen las razones para el malestar y la desesperación personal y colectiva. Vivimos aterrados por la violencia que asesina a más de 25 mil personas al año, hiere y roba los bienes de pobres y ricos. Nos duele e indigna la brutal represión contra quienes protestan pacíficamente (acabo de escuchar que en el Táchira hay al menos 5 estudiantes de la UNET heridos por el piquete de policías que los atacaron cuando los jóvenes se acercaron a las rejas perimetrales de su universidad para colocar pancartas y protestar contra la inseguridad en la UNET). Nos angustia e indigna la prisión política del muy enfermo Iván Simonovis, de Leopoldo López, de los alcaldes Scarano y Ceballos, de los muchos estudiantes y de los demás presos políticos. Nos irrita y lastima la saña con la que se persigue a la valiente María Corina Machado.
Leo que 2.500 pacientes no cuentan con quimioterapia porque el Instituto de Hematología y Oncología cerró por falta de insumos, y en esa criminal escasez están hospitales, clínicas y laboratorios del país; los mercados sin alimentos; las tiendas sin vehículos (sindicatos protestan despidos en la industria automotriz que superarán los 1.500); sin electrodomésticos, ni autopartes, ni los “estrenos de Navidad”, porque no hay divisas. La escasez de agua es atroz y la que llega está contaminada; nos aumentan el recibo de la luz, racionada y con apagones constantes. Mueren miles en carreteras y autopistas llenas de cráteres y con ve-hículos sin repuestos. Todo esto y mucho más que nos desespera, ocurre porque los cuantiosos recursos no se han dirigido a atender los problemas de los venezolanos, sino a la corrupción, y a la “regaladera” obsesiva con fines políticos internos y externos, que han dejado el país en la ruina. En 15 años no se ha hecho mantenimiento a nada: ni a Pdvsa, ni a vías, electricidad, agua, ni se han construido hospitales o cárceles, aunque en estos 15 años el régimen depredador ha recibido el 70% de todo el ingreso petrolero desde que apareció el primer pozo en 1922.
La corrupción roja es tan voraz, que no cesa ni ante la inhumana crisis de escasez e inflación. Cuando en febrero de este año los enfermos buscaban medicinas con desespero y las colas crecían para obtener comida, el entorno presidencial negoció en Argentina miles de toneladas de maíz y arroz con sobreprecio de 80% y 30%, respectivamente. (El cínico cuñado declaró estos días que “si hay corrupción en el Estado es porque lo privado lo corrompe”). Sumemos a estas lacras, la atrocidad de la FAN y poderes públicos entregados a la tarea de reprimir y violar DDHH y constitucionales, y a Maduro “corriendo la arruga” al “Paquetazo” más feroz y hambreador de nuestra historia.
Cuando más necesitamos una oposición unida, abiertamente crítica y combativa contra el militarismo represivo y corrupto de un gobierno debilitado con menos del 30% de apoyo popular (las protestas aumentaron en 278%, según el OVCS), nos encontramos con una oposición enfrentada entre sí: la de quienes casi suplican al gobierno un “diálogo” que hasta ahora solo ha servido de “tapadera seudodemocrática” del régimen ,y la de quienes sostienen que “aquí la dicotomía es entre la Constituyente y 2019”. Convendría que quienes de buena fe apelan a la Constituyente como salida al régimen dictatorial de Maduro, se lean el excelente trabajo del ponderado jurista Jesús María Casal, exdecano de la UCAB “Claves de una Asamblea Nacional Constituyente” (EU 16-7-2014) para entender que, en las condiciones actuales, optar por una ANC podría ser un suicidio. Por otra parte, declaraciones como las de un dirigente de la MUD contra las protestas estudiantiles y “La Salida”, al responsabilizarlas indirectamente de “los heridos y muertos” sin culpar de frente al régimen criminal de Maduro, es una iniquidad, sobre todo si recordamos que Juan Requesens, uno de los líderes de las protestas, es militante de su mismo partido. O el “chiste macabro” de otro alto directivo de la MUD contra el indefenso Leopoldo López, confinado en una celda de 2×2. Imperdonable también el aislamiento al que la MUD ha condenado al combativo demócrata Antonio Ledezma, constante defensor de la unidad.
Unos y otros deben escuchar a la CEV para iniciar la conciliación y el urgente propósito de enmienda (CEV: “El diálogo no puede ser para que todo quede igual”). En la MUD hay disensos importantes y no por la “pluralidad”: mientras unos suplican al gobierno reabrir incondicionalmente el diálogo, Henrique Capriles sostiene que “un requisito indispensable para retomar el diálogo, es la libertad de presos políticos. Y añade: “los presos políticos son nuestros presos”. Cosa que unos cuantos recalcitrantes de la MUD parecen olvidar.