Hoy asistimos a un fraccionamiento mucho mayor que en aquellos años. En el mundo gubernamental el desencuentro es grave. El pasado 5 de julio, el general Padrino López, Jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerzas Armadas Bolivarianas, pone en evidencia la necesidad de justificar el nuevo rol que las Fuerzas Armadas están jugando en el tablero político. Los pleitos que se han suscitado a propósito de la participación en el próximo Congreso del PSUV y las cartas de los exministros Giordani, Navarro y Osorio, calificados como “fuerzas disolventes (…)”, ponen en evidencia la división y el malestar endógeno al interior del régimen. Y lo más grave: el reporte permanente que registran las encuestas sobre el malestar del pueblo chavista con el liderazgo del presidente Maduro.
Al interior de la oposición, la división es dramática, no sólo entre su dirigencia, sino entre los seguidores. La confrontación abierta entre Voluntad Popular y los partidos: Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Acción Democrática es directa. La Mesa de la Unidad Democrática dejó de ser tal hace mucho tiempo y cada vez se hace más difícil concebir que esta instancia pueda reconstruirse como espacio de encuentro y consenso de la oposición.
El reinicio de los procesos de negociación entre oposición y gobierno se hacen cada vez más difíciles, porque las contradicciones internas lo impiden, de lado y lado. Mientras tanto, los problemas de gobernabilidad, la inviabilidad económica, la incertidumbre, los graves problemas sociales, crecen y agobian a la mayoría que contempla cómo sus dirigentes no se ocupan de su malestar real.
Estamos en medio de un autismo político que, de mantenerse, fortalecerá la confrontación y profundizará el vacío de liderazgos. Y ya sabemos el final de la película.