Oliver Blanco: El Estado militar

Oliver Blanco: El Estado militar

thumbnailoliverblanco Al cumplirse un año más del natalicio de Hugo Chávez, fecha por cierto que para nada inspira motivos de celebración sino más bien de profundos lamentos, su legado de venganza sigue más vivo que nunca. Un legado que en el tema militar nunca concibió admitir la existencia de un ejército profesional, apolítico, obediente y no deliberante, y que jamás perdonó que fuera sólo una minoría de las Fuerzas Armadas la que apoyara insurrecciones golpistas contra el sistema democrático. Un legado al fin y al cabo destructivo que se trazó acabar y prostituir nuestro estamento militar.

Chávez revivió en 1992 la posibilidad de que la bota militar pateara al poder civil con el aval moral, porque hay que decirlo, de grupos económicos, políticos y medios de comunicación que vieron en aquel Teniente Coronel la posibilidad de Gobernar Venezuela a costa de lo que fuera. El resto de la historia ya todos lo sabemos.

Durante los primeros 14 años de este régimen Venezuela vivió  bajo un gobierno cívico militar que reivindicó a los oficiales más mediocres de nuestras Fuerzas Armadas,  le abrió paso al control militar sobre poder político y amplió la injerencia del ejército en todas las áreas de la vida nacional, incluyendo la militancia política, el manejo de la economía, el servicio diplomático, la comercialización de alimentos, la construcción de viviendas, pero mucho peor que todo aquello, la actividad criminal organizada amparada por la complicidad e impunidad del Gobierno. Y es que no es casualidad que en cada caso de corrupción en asignación de divisas, contrabando de gasolina o materiales para construcción, putrefacción de comida, tráfico y narcotráfico, deje su huella la desvergonzada y entreguista cúpula militar. De ahí surge una nueva oligarquía a la cual poco le importa la seguridad de la nación o su soberanía entregada a los cubanos mientras el régimen le garantice una lujosa vida cargada de bienes mal habidos en un clima de total impunidad.





Ese monstruo que creó Chávez a su medida, porque era militar y contaba con un liderazgo respaldado electoralmente es una de las peores representaciones de la desgraciada herencia que no sólo nos dejó a los venezolanos sino a su sucesor civil, Nicolás Maduro, quien en su búsqueda desesperada de legitimidad y respaldo se ha convertido en un rehén del militarismo y ha tenido que cederle  aun más espacios que el difunto. La oligarquía corrupta de la cúpula militar no sólo es el peor ejemplo para los jóvenes oficiales venezolanos sino que  representa un precedente para cualquier sector de nuestras disgregadas Fuerzas Armadas que quiera desplazarla y reemplazarla bajo el mismo sistema.

Maduro sigue cavando su tumba y ese proceso es acelerado por la consolidación de un estado militar que cada día conoce más los placeres del poder y es amparado por la abrupta sentencia del TSJ que estimula la participación política partidista militar  y tácitamente legitima la intervención armada en conflictos con el estamento civil o dentro del propio estamento militar. En pocas palabras los golpes de estado formarían parte de la vida cotidiana del venezolano y se abandonaría la resolución cívica, democrática y constitucional de los conflictos sociales para darle paso al fusil militar, miliciano, paramilitar o criminal. Maduro sabe muy bien lo que pasa en las Fuerzas Armadas y quizás por eso sus elocuentes palabras ante el “heroico” regreso del Pollo Carvajal:

“Nos hiciste sufrir porque teníamos una cosa que no nos dejaba tranquilos, un dolor, porque conocemos la calidad humana de este Mayor General”, expresó.

Ya el daño está hecho.