La crónica de esta nueva guerra en Gaza, denominada Protective Edge, parece desprovista de sustento político. Se asemeja a esas riñas que duran generaciones donde los oponentes no recuerdan el porqué de la pugna. Si bien se aceptara como causa de esta nueva confrontación la que expone Benjamin Netanyahu, que es la de destruir los túneles a través de los cuales Hamas y Jihad tratan de infiltrarse en el Estado judío, no podemos negar la carencia de una visión a largo plazo para una resolución efectiva. Es cierto que la destrucción de los túneles representa un importante objetivo militar y estratégico, no obstante, enfocar en eso la causa del conflicto significa desvirtuar su inmensa complejidad. La causa más probable, que empuja a Netanyahu a tales acciones y que, obviamente no puede ventilar, es el de llevar a la población de Gaza a desobedecer al extremismo islámico de Hamas que pretende ser reconocido como un interlocutor privilegiado y legítimo.
Muy similar es el objetivo de Hamas, que busca ablandar el espíritu de la población israelí, acrecentando las divisiones y diferencias que existen entre los grupos políticos en el seno de su gobierno. La tecnología de las aeronaves de Israel no ha logrado todos sus objetivos como para que un ataque terrestre pueda finalizar la operación. La esperanza de Hamas es que Israel finalmente decida entrar con las fuerzas militares, como ha sucedido en el pasado. En otras palabras, que caiga en una guerra de guerrillas donde las fuerzas palestinas ocultas, escurridizas y conocedoras del campo de batalla sean capaces de conseguir muchas víctimas en el bando israelí, factor éste que debilitaría políticamente a Israel a nivel interno.
La ciclicidad del conflicto, su recurrencia y una posible solución gravitan entorno a la imposibilidad de que la guerra pueda manifestarse según sus cánones naturales.
Existen dos partes en conflicto que no cederán, además de la falsa moral hipócritamente escenificada por la ONU y su diplomacia internacional que incita a la paz y al alto al fuego.
La paz representa un espejismo debido a la intransigencia de ambas partes en la consecución de sus objetivos.
Hamas, en sus estatutos, establece entre otras cosas, que el día del juicio no vendrá hasta tanto todos los musulmanes luchen contra los judíos hasta eliminarlos. Además, considera que la tierra de Palestina es una propiedad inalienable e islámica, confiada a las generaciones del Islam hasta el día de la resurrección. No es aceptable la renuncia a cualquier parte de ella. Ningún país árabe ni todos los países árabes juntos, ningún rey o presidente, ni todos los reyes y presidentes juntos, ninguna organización, ni ninguna de las organizaciones árabes o palestinos juntos tienen el derecho de tener o vender incluso una sola porción, porque Palestina es tierra islámica.
Esta es la regla en la ley islámica, y la misma regla se aplica a cualquier tierra que los musulmanes han conquistado por la fuerza, porque en el momento de la conquista de los musulmanes las han consagrado para todas las generaciones futuras del Islam hasta día del juicio. (Fuente: http://www.terrorism-info.org.il/en/article/18894)
Ante estas aseveraciones, ¿queda alguna duda de la intransigencia de Hamas?
Lo que complica aún más el panorama es que sobre su intransigencia es que Hamas ha crecido y fortalecido. Nada hace dudar de que una hipotética coexistencia pacífica con Israel por parte de Hamas, sólo postergará la guerra pues rápidamente surgirá una nueva Hamas más radical. Por otra parte, pensar en la posibilidad de cesión de territorios por parte de Israel, resulta ingenuo y difícilmente sustentable.
La obstinación infantil en no querer abordar de manera realista los procesos y conflictos internacionales, se ha convertido en una constante. Este hecho, lejos de solucionar los problemas, simplemente los aplaza, posicionándola como un business y ya no por lo que realmente es: la continuación de la política por otros medios
Edgardo Ricciuti