Bashar Al-Assad apesta pero ahora es necesario

Bashar Al-Assad apesta pero ahora es necesario

Un informe de Naciones Unidas denuncia las atrocidades tanto del Estado Islámico como del régimen de Al-Assad / Foto archivo
Un informe de Naciones Unidas denuncia las atrocidades tanto del Estado Islámico como del régimen de Al-Assad / Foto archivo

 

Estados Unidos y la Unión Europea convirtieron al presidente sirio en un apestoso al que había que desalojar del poder. Ahora, sin querer levantar el anatema sobre Bashar Al-Assad, saben que su colaboración es fundamental en la guerra a muerte contra el Estado Islámico

Con casi total seguridad el presidente norteamericano Barack Obama ordenará bombardear sin descanso las posiciones controladas en Siria por los yihadistas del Estado Islámico. Lo hará sin consultar ni coordinarse, al menos oficialmente, con el régimen del presidente Bashar Al-Assad. Conseguir siquiera la comunicación previa de que los bombarderos B-2 o F-18 americanos evacuarán su mortífera carga, es el principal objetivo político del régimen sirio.





Para Assad, ese simple gesto de coordinación sería interpretado como el levantamiento del anatema que pesa sobre él y su régimen, especialmente desde que se demostrara que ha utilizado armas químicas contra su propia población civil. De momento, su principal triunfo es seguir en el poder después de que Obama hubiera de envainarse sus amenazas, y de que el presidente ruso, Vladímir Putin, lograra una especie de armisticio al conseguir que Damasco entregara su ingente arsenal de armas químicas. Arsenal cuya destrucción acaban de concluir en el Mediterráneo especialistas americanos.

Al-Assad se convirtió en un apestado para la denominada comunidad internacional a raíz de la sublevación de buena parte de su población civil, encabezada por fuerzas políticas que, al socaire de las mal llamadas primaveras árabes, aspiraron a derrocar una dictadura hereditaria e instaurar un sistema homologable con una democracia parlamentaria. Al-Assad y su entorno, perteneciente a la minoría alauí, no solo se resistieron a abandonar el poder sino que se embarcaron en una guerra civil que ya ha costado 191.000 muertos, según cifras publicadas por Naciones Unidas.

La prolongación del conflicto exacerbó los odios y elevó brutalmente el nivel de las atrocidades. La guerra de Siria se convirtió entonces en el punto histórico y geográfico en el que iba a dilucidarse el primer capítulo de la lucha por la supremacía del poder entre las dos grandes corrientes del mundo musulmán: el sunismo y el chiísmo, con todas sus ramificaciones y particularismos. El estallido vino a demostrar que no es Israel la causa exclusiva de las tensiones en Oriente Medio, antes bien es un actor político insoslayable, capaz de aportar importantes dosis de equilibrio y contrapeso en medio de un universo árabe en ebullición.

La falsa dicotomía de malos y buenos

Como en toda conflagración, en la desatada en Siria pronto se comprobó que la tradicional dicotomía, a ojos de la comunidad internacional, entre los presuntos buenos (los rebeldes) y los no menos presuntos malos (las fuerzas del régimen de Al-Assad), se llenaría de matices. En el conglomerado de los opositores a Assad no todos aspiraban a instaurar un sistema democrático de corte parecido al occidental, ni muchos otros se conformaban con enviar al presidente y a su familia a un exilio discreto en una dacha situada en la inmensidad de la Federación Rusa.

Al Qaeda vió la ocasión de resurgir del varapalo sufrido con ocasión de la eliminación de su líder, Osama Bin Laden. Su lugarteniente, el médico de origen egipcio Ayman Al-Zawahiri, quiso unificar en el Frente Al Nusra la ofensiva definitiva contra Al-Assad, pero la operación terminó no solo en fracaso sino en la incontenible irrupción del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), cuyo objetivo pronto sobrepasaría las aspiraciones de Al Qaeda.

 

Abú Bakr Al-Bagdadi, líder de la organización Estado Islámico / Youtube
Abú Bakr Al-Bagdadi, líder de la organización Estado Islámico / Youtube

 

Reconvertido en Estado Islámico (EI) a secas, su líder,Abú Bakr Al-Bagdadi, rebasaría de largo la crueldad y el alcance de las acciones de Al Qaeda, decidido a convertirse en el principal beneficiario de la guerra civil intramusulmana. Su proclamación del Califato, con sede oficiosa de momento en la localidad siria de Rakka; la exigencia a todo el orbe musulmán (1.300 millones de personas) de rendirle pleitesía y acatar su autoridad suprema; la abolición de las fronteras entre Siria e Irak, con ánimo de borrarlas sucesivamente de todos los territorios árabes, y sobre todo, la instauración del terror como sistema de gobierno para asegurarse la sumisión a su autoridad de las poblaciones conquistadas, alertaron tanto a los regímenes autoritarios de los países del Golfo como a las potencias occidentales con grandes intereses en la zona, de que el principal enemigo a batir no era Assad sino el nuevo califa.

Este rediseño de la geopolítica de la guerra siria no ha rehabilitado de momento a Assad, pero le ha convertido en un aliado objetivo contra el EI. “Este no es el caso en el que el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, según el viceconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Ben Rhodes, pero es un adversario al que hay que aparcar de momento, siquiera para que no estorbe en la ofensiva contra las bien pertrechadas huestes de Al-Bagdadi.

Por razones parecidas el Irán de los ayatolás se ha convertido en un aliado objetivo de americanos y europeos. La radical interpretación del wahabismo por parte del EI le convierte asimismo en un adversario incómodo de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, siquiera porque la reclamación de encarnar la autoridad suprema del Islam por el autoproclamado califa desafía el liderazgo de Riad.

Siria, la evolución del mundo musulmán

Siria, pues, se ha convertido en un campo de juego decisivo para la evolución misma del mundo musulmán, con evidentes y previsibles grandes consecuencias para el resto del mundo. Ante nuestros mismos ojos se está disputando una suerte de guerra mundial, solo que esta vez no tiene su punto de ignición en Europa, como ha ocurrido en los últimos dos mil años, sino en sus proximidades, y con el protagonismo principal de una cultura político-social muy distinta a la del Viejo Continente.

En este conflicto vuelven las estampas medievales, tal y como revela el último informe de Naciones Unidas sobre Siria, el octavo ya desde 2011. En él se describe que “las ejecuciones públicas se han convertido en un espectáculo habitual” en las zonas controladas por los yihadistas. Así, los viernes, especialmente en Rakka, capital por ahora del califato, y en Alepo, la muchedumbre asiste gratis, a menudo azacaneada por los propios yihadistas, a fusilamientos, decapitaciones, lapidaciones e interminables sesiones de flagelación. Hombres adultos en su mayoría, pero también jóvenes menores de 17 años, y mujeres, son las víctimas propiciatorias de este régimen de terror.

La comisión de investigación de la ONU también acusa a Assad de haber lanzado barriles de cloro sobre las poblaciones de Kafr Zeita, Al-Tamana y Tal-Minuis, al menos en ocho ocasiones durante el pasado mes de abril, cuando se suponía que ya había entregado todo su arsenal de armas químicas.

Paulo Pinheiro, presidente de la citada comisión, venía a reconocer su propia impotencia al declarar que “hemos advertido en cuatro ocasiones a los quince miembros del Consejo de Seguridad de la impunidad que reina en Siria”. Esos oidos sordos tienen mucho que ver sin duda con la acelerada evolución de los acontecimientos. Derrocar a Assad ya no es urgente, y éste aspira a compartir la gloria de la victoria si Obama y sus aliados, de grado o circunstanciales, acaban con la pesadilla que supone el califato instaurado por el EI.

 

Escrito por Pedro González para ZoomNews