En este contexto del “socialismo del siglo xxi”, destrucción cultural significa que Venezuela ha dejado de ser un país con unidad cultural. Un país que en su Constitución establece un Estado Social de Derecho y de Justicia, pero no lo refleja en su realidad histórica efectiva, simplemente no existe.
Muchos analistas han planteado la degradación de nuestra realidad política, estre otras cosas como consecuencia de la polarización. No obstante, lo que está ocurriendo de manera sistemática es mucho más grave y profundo que lo que se puede observar superficialmente, es la profundización de multiples crisis, en plural: a nivel educativo y cultural, en el ambito institucional, en el sistema de salud y servicios públicos, en las condiciones de seguridad de los ciudadanos y en el sistema económico-productivo.
El aparato educativo en la cultura tiene por naturaleza la labor fundamental de forjar la unidad de la nación sobre todo en términos de valores comunes, sentimientos compartidos, formación intelectual y desarrollo profesional. Empero, en Venezuela el sistema educativo está al servicio ideológico del gobierno y su partido, con lo cual es un mecanismo que contraría las normas de la vida comunitaria, produciendo división y enfrentamiento, además de las consecuencias terribles que representa la disminución de la calidad en el cumplimiento de sus funciones naturales. Así, de facto se nos ha impuesto una separación arbitraria entre la educación pública (politizada e ideologizada) y la educación privada, acabando con una de las tareas más importantes asignadas por la modernidad a la educación: ser el mecanismo por excelencia de la movilidad social, que por lo demás es lo único que garantiza el pleno ejercicio de las libertades fundamentales de la población y los convierte en ciudadanos.
De igual manera ocurre con el sistema sanitario, la partición del mismo entre la salud para los pobres y la salud de los ricos, termina con hacer desaparecer la salud de los sectores populares y aniquila el sistema de salud privado. Nos encontramos en el peor de los mundos posibles porque el deterioro de los servicios de salud es tan abrumador que todos estamos desprotegidos y éstos sólo existen para los estratos de muy altos ingresos. Hoy la situación sanitaria es tan grave que estamos acosados por endemias y epidemias que desaparecieron a lo largo del siglo pasado: incluso no podemos visitar zonas del país por el elevado riesgo de contraer fiebres para los cuales no hay medicamentos, ni para los ricos ni para los pobres. Tenemos una línea de fractura que no existía, ni en los tiempos de la república civil, entre los muy ricos y el resto.
La aniquilación del aparato productivo es una de las hazañas más protuberantes de este régimen: hacer añicos una economía petrolera sin duda alguna es una proeza inimaginable, sólo posible en socialismo. En resumen, después de haber ingresado en apenas 10 años más de un billón de dólares (el español, el de doce ceros) por exportación petrolera, tenemos el mayor nivel de inflación del planeta y vamos en un camino inexorable a una inflación de tres dígitos, con todas las consecuencias que esto puede tener.
Los niveles de desprotección de la vida humana alcanzan niveles exorbitantes: 20.000 muertes violentas en promedio durante los últimos años y niveles de impunidad alrededor del 90%. Asistimos a un proceso de aniquilación de uno de los parámetros más elementales de la convivencia humana solidaria, sin que el régimen haya reaccionado ante la emergencia y el acoso dramático al más elemental derecho: la vida.
Vivimos adicionalmente un acelerado proceso de desaparición de las condiciones básicas de la vida civilizada: la destrucción del sistema vial nacional, el progresivo deterioro del servicio de suministro de agua potable y ni hablar del ya colapsado servicio eléctrico. Los servicios públicos son fundamentales para el modo de vida de un hogar moderno y condiciones sine qua non, para el correcto funcionamiento del sistema productivo contemporaneo.
Cuando hacemos la sumatoria de todas las calamidades –donde sólo alcanzo a enunciar algunas- nos damos cuenta de manera inmediata hasta que punto hemos sido sometidos durante tres lustros al más brutal y protervo proceso de destrucción cultural en nombre del “socialismo de siglo xxi”, cuyo único sentido es colocar una etiqueta ideológica a las ocurrencias del “supremo” en su afán de permanecer eternamente en el poder. Y en la creencia de que produciendo anemia institucional se podrá lograr el ansiado pero inalcanzable objetivo de controlar el poder eternamente. Al contrario, será este proceso inenarrable de violación de los derechos más elementales de los ciudadanos lo que los eyectará del poder por la vía pacífica y democrática.
La libertad en sus diferentes modalidades, económica, social, política y cultural, sólo es posible al interior de una nación que manteniendo una pluralidad de valores en materia política, económica, social y cultural, pueda al mismo tiempo tener horizontes de sentidos comunes que puedan ser el puente para el entendimiento y el consenso, que es la base más sólida para la construcción de instituciones fiables y eficaces para la convivencia civilizada.
Historiador y Economista, Profesor Titular, Dr. Pedro Vicente Castro Guillen