Jorge Lanata: Cristina y un mundo sin periodistas

Jorge Lanata: Cristina y un mundo sin periodistas

thumbnailjorgelanataSi se animara a decirlo, Cristina Kirchner expresaría su verdadera voluntad con el periodismo: que desaparezca. Los regímenes populistas son incompatibles con el ejercicio de la prensa: necesitan medios únicos que interpreten el espíritu santo que emana del poder. Los dueños de la verdad no soportan interpretaciones ajenas. Revolución y prensa son términos irreconciliables: por eso el diario Pravda en la ex Unión Soviética; el Granma en Cuba y el Juventud Rebelde. La información oficial no soporta una hendija, por más pequeña que sea: la duda destruye el credo. El problema es que censurar a la prensa, a esta altura del siglo XXI, “no está bien visto”, ni los chinos lo reconocen desde la cima de su poder.

Es el problema de Cristina, de Correa, de Maduro: cómo censurarla de todos modos y tratar de que se note lo menos posible. Esta semana, mientras el Merval bajaba cinco por ciento y el dólar volvía a subir a $ 14,80, la Presidenta dedicaba su jornada a una teleconferencia con el premier ruso y a inaugurar un sistema oficial de medición de rating. ¿La perseguirá alguna obsesión desde la infancia? ¿Querrá, en el fondo, entrar a la televisión? ¿Tendría buen rating un programa conducido por Cristina?

La reunión virtual entre Cristina y Putin fue antecedida por una serie de declaraciones desafortunadas del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sobre la prensa: “Cuando la propiedad de los medios de comunicación está concentrada en monopolios, no hay libertad de prensa y hay un mensaje unidireccional de los grupos de poder”, dijo. Y se explayó luego sobre “el poder invisible”. Hay varios problemas con la palabra monopolio: el primero es que el término no admite el plural. No puede haber “monopolios”, porque “monopolio” es, para el diccionario: “la concesión otorgada por la autoridad competente a una empresa para que esta aproveche con carácter exclusivo alguna industria o comercio”. Aun utilizado como metáfora –suponiendo cierta inclinación de Capitanich a la poesía, o al verso– el “oligopolio” sería “la concentración de la oferta de un sector industrial o comercial en un reducido número de empresas”. En la Argentina hay, según Business Bureau, 2.050 señales de televisión y más de ochenta plataformas para ver video on demand , y entre 10.000 y 15.000 emisoras de radio AM y FM –el propio AFSCA no puede dar una cifra consolidada–; el ochenta por ciento de ese total hoy está comprometido directa o indirectamente con el Gobierno, ya sea por razones ideológicas o por presión económica de distribución de la pauta oficial. El problema que desvela a Capitanich es la eficacia que logra el aparato de propaganda más grande que Argentina sostiene desde la década del cincuenta: la gran mayoría de esos medios tiene repercusión escasa o nula.

Aunque a Cristina le encantaría, no puede obligarse a los ciudadanos a mirar o escuchar por decreto; la única manera de hacerlo –y por eso el comienzo de esta nota– es logrando que el periodismo desaparezca y esos medios sean los únicos(aunque, aun en ese caso, existirían con seguridad, como ocurre en Cuba y China, medios clandestinos).





Según José Cretazz, un criterio posible para definir qué medios son controlados por el gobierno, más allá de los propiamente estatales, es considerar así aquellos donde la pauta oficial es su único o principal ingreso, como ocurre en los medios de los empresarios Moneta y Spolsky; en Página 12, el Grupo Olmos (dueños de Crónica), Canal 9, el Grupo Indalo y Ambito Financiero. Luego estarían los medios de universidades y no gubernamentales: como la Universidad de la Plata y la de Córdoba, medios de sindicatos, y los de contratistas, que pierden plata con los medios pero la recuperan a través de contrataciones favorecidas con el Estado. Habría que agregar a estas una última categoría: la de los medios que están condicionados regulatoriamente, por ejemplo Telefe (no debería ser propiedad de una empresa telefónica, y esa irregularidad condiciona su contenido), y Radio Continental. Entre los medios oficiales, paraoficiales y adictos podemos encontrar a la Televisión Pública, Telesur, Fútbol para Todos, Encuentro, Faro FM 88.9; AM 870,Nacional Clásica, Folclórica, Télam, C5N, Mega 98.3, Radio 10, Vale 97.5, Radio Pop, FM Del mar, FM 108.7, Grupo Uno de Mendoza, América TV, Canal 7 de Mendoza, Radio La Red, Primera Fila, Nueva y Supercanal, Radio del Plata, 360 TV, Ambito Financiero y el Buenos Aires Herald. Dentro de la prensa militante se encuentran Pensado para Televisión (la productora de TVR y 6 7 8), la radio de las Madres, los medios de Rudy Ulloa y Lázaro Báez, y los de Víctor Santa María en la Ciudad de Buenos Aires, el Grupo Spolsky, editor de los diarios El Argentino, Tiempo Argentino, las revistas Siete Días, Veintitrés, Diagonales, Miradas al Sur, CN23, radio América, Newsweek, Vorterix, el diario Crónica del Grupo Olmos, los diarios BAE y El Atlántico, el grupo Infomedia con Infocampo, Bacanal, El Federal, El Guardián, Rock & Pop, Dinámica, Radio Belgrano, FM Blue y FM Metro, el Canal 26 del Grupo Pierri, Canal 9 y FM Aspen, para dar sólo algunos ejemplos. Parece que el monopolio, de existir, está justo en otro lado.

Disciplinados por la pauta publicitaria, los medios adictos controlan celosamente el contenido: esta semana en Radio Mitre dimos a conocer una circular interna de Radio América que dice textualmente: “Compañeros, por pedido de las autoridades se me solicita que les transmita que antes de hacer mención a noticias vinculadas a la Secretaría de Inteligencia, Aeropuertos Argentina 2000, o entrevistar a Eduardo Valdes, Rafael Bielsa, Mario Ischii, Angelici, Gustavo Vera u otro integrante de La Alameda, Calamaro, Pamela David, Alejandro Bodart o Mario Israel s e lo transmitan a los directores de la radio”. Esas circulares, habituales en la dictadura militar, eran calificadas como censura. No veo porque habría que cambiar ahora el modo de llamarlas.

Si entendemos así el contexto, no es extraña la videoconferencia de Cristina con Putin, calificado por Reporteros sin Fronteras como “uno de los mayores enemigos de la libertad de prensa en todo el mundo”, en el informe llamado “El Kremlin en todos los canales”. La persecución de Putin hacia todo lo que salga de sus normas no es sólo ideológica: también alcanza a los grupos homosexuales, punks y etc. Aún siguen en prisión dos mujeres detenidas el año pasado por integrar el grupo Pussy Riot condenado por cantar un tema crítico contra el presidente ruso.

En la conferencia Cristina planteó su propósito de lograr “una comunicación sin intermediarios”. ¿Cómo sería? ¿Un noticiero sólo protagonizado por ministros? ¿La mesa del programa de propaganda 6 7 8 no es, también, una mesa de intermediarios?

En el mismo día, el gobierno informó, como un logro del sistema federal de medición de rating, haber descubierto que, en su conteo, el partido de Boca y River midió diez puntos más que en IBOPE. Si se tiene en cuenta que el objetivo primario del rating es su utilización para calcular el costo por contacto de la publicidad, la revelación oficial no cambia nada: Fútbol para Todos no tiene avisos.

 

Publicado originalmente en el diario Clarín (Argentina)