En Cuba el eje del poder se desplazó desde Fidel Castro a su hermano Raúl, sin que se destruyera la poderosa estructura montada por el decano de los dictadores latinoamericanos, el más longevo de cuantos tiranos han traído desgracia al continente. Es cierto que Raúl Castro ha acompañado a su hermano mayor desde los tiempos del Cuartel Moncada. Viajó con él en la expedición del Granma y luego vivió la experiencia de la Sierra Maestra. Pero, siempre estuvo bajo la sombra del ego kilométrico Fidel. En Dulces guerreros cubanos, Norberto Fuentes cuenta cómo este último disfrutaba insultado y humillando a Raúl, especialmente cuando se pasaba de tragos, cosa que era muy frecuente porque le gustaba en exceso empinar el codo. El irresistible magnetismo de Fidel llevó a pensar a muchos analistas del proceso cubano, que una vez salido del podio el anciano dictador, el comunismo entraría en una severa crisis y la apertura o la guerra interna serían inevitables. Suponían que el discreto Raúl no podría afrontar con éxito el reto de preservar el sistema.
Nada de eso pasó. La isla sigue viviendo en una suerte de falansterio, solo que no es Charles Fourier quien lo dirige, sino la dupla formada por los vetustos hermanos Castro. Las reformas políticas y económicas en la isla antillana siguen a la velocidad de los cambios geológicos. Todo es lento y parsimonioso, como cuando Fidel estaba en el centro del escenario.
En Venezuela, otro es el cantar. El chavismo está fracturado en numerosos pedazos. Nicolás Maduro no ha podido mantener cohesionado el chavismo a pesar de la hegemonía comunicacional y del rígido control que posee de los medios de información, sobre todo en el interior, donde el gasto público es la energía que mueve todas las máquinas. El atroz asesinato de Robert Serra y el posterior aniquilamiento de José Odreman y sus compañeros mostraron las fisuras del oficialismo. Los intentos de involucrar al Imperialismo, a Uribe y los paramilitares, a la oposición residente en Miami y hasta a los marcianos, fracasaron. Los rastros dejados por los asesinos fueron demasiado evidentes. El régimen ha tenido que ir revelando la podredumbre que rodea el crimen del joven diputado acuchillado. A Odreman le levantaron un prontuario con el vano propósito de justificar el ajusticiamiento. La operación escamoteo no ha funcionado. A ese triste personaje el oficialismo lo había entronizado como héroe cuando los colectivos, entre ellos el 5 de Marzo que él dirigía, hostigaban y reprimían a los estudiantes durante las revueltas que hubo en el primer semestre del año. Era la época en que se fotografiaba con Serra y con otros importantes personajes del régimen. De titán pasó a convertirse de pronto en villano, todo gracias a los conflictos internos que existen dentro del oficialismo. A las disputas sórdidas existentes entre corrientes encontradas. A la incapacidad del Gobierno de ponerles coto a las bandas terroristas que armaron porque el comandante fallecido desconfiaba de manera enfermiza del Ejército regular y quería armar su propia guardia pretoriana con la que se sentía más seguro.
Maduro no ha podido preservar la cohesión en el plano político del movimiento y, para colmo de males, se desplomaron los precios del crudo en un ambiente en el cual el socialismo petrolero mostró su fatiga. Ahora está pasando fractura la destrucción del aparato productivo nacional y la dependencia total de las importaciones. Gobernar el país era fácil con el precio del barril por encima de $100 y especulando con la popularidad del difunto Presidente. El cuadro cambió: de ese carisma va quedando el recuerdo, y los precios estratosféricos están regresando a la Tierra. Todas las encuestas muestran el desplome vertiginoso e indetenible de Maduro. A su lado todo está derrumbándose. Como llegó allí por casualidad y sin que lo esperara, no sabe que hacer, ni puede introducir un giro que lo saque del atolladero. No se atreve a formar un Gobierno con sectores distintos a los grupos que están arrastrándolo por el precipicio. Es un rehén de Cabello, Rodríguez Torres, Jaua, Ramírez, Padrino López.
Está claro: Maduro no es Raúl Castro.