Los lazos de color amarillo que llevan los protagonistas de las protestas democráticas y los azules de sus opositores simbolizan la división de la sociedad hongkonesa ante la llamada “revolución de los paraguas”, que está a punto de cumplir un mes de concentraciones y llamadas a la desobediencia civil.
A medida que pasan las semanas, y no se atisba un final rápido ni sencillo de las protestas -que bloquean el tráfico de dos de las principales arterias de Hong Kong-, aumenta la distancia entre esos dos bandos, aún muy heterogéneos pero que con el tiempo se van perfilando como símbolos de las clases sociales de la excolonia británica.
El amarillo fue escogido desde el principio como el color del movimiento que desde finales de septiembre ha tomado los alrededores de la sede del gobierno local y también el centro del barrio comercial de Mong Kok para pedir elecciones democráticas para el cargo de jefe ejecutivo (gobernador local), en homenaje a las sufragistas del siglo XIX.
Por asociación, la canción “Tie a Yellow Ribbon around de Old Tree” (“Ata un lazo amarillo al viejo roble”), un clásico de los 70, se ha convertido en la canción de protesta oficiosa estos días en el territorio.
En el otro lado, colectivos que se han visto afectados por las protestas, desde comerciantes a taxistas, han tomado el lazo azul (color que según sus críticos está ligado a la Policía) como su símbolo.
En los últimos días, estos “lazos azules” incluso han comenzado a organizar manifestaciones para pedir el fin de los bloqueos de las calles y el retorno a la normalidad, y han organizado recogidas de firmas, pero los demócratas aseguran que les mueven demasiados intereses ocultos.
“Son gente con dinero, negocios, que de repente pierden un poco por las protestas y ya están inseguros. Además, son personas que se creen demasiado los mensajes del gobierno”, comenta sobre ellos Penny Yeung, una funcionaria local que participa en las protestas en Mong Kok, junto a los jóvenes estudiantes.
Otra joven de las acampadas democráticas, Dolly Lee, es más taxativa: “Les pagan las tríadas (mafias) para echarnos, y lo único que les puedo decir es que deben dejarnos en paz”.
En efecto, los principales incidentes violentos que se han producido en las cuatro semanas de protestas han llegado cuando los “lazos azules” han intentado retirar a la fuerza las barricadas que los demócratas tienen para cortar el tráfico en las áreas de protestas.
“Intentan causar todo el escándalo posible, para que la policía y la gente crean que nuestro movimiento es violento y problemático, pero son ellos los que causan el problema”, explica Lee, actriz que siempre que puede pernocta en una de las tiendas de campaña de Mong Kok.
No es fácil encontrar en esa zona, tomada por los demócratas, a gente contraria a las protestas. Los comerciantes de la zona, que probablemente han visto como sus ventas bajaban en las últimas semanas, huyen de las cámaras.
“Yo vendo igual que siempre, prefiero no hablar de ellos”, comenta con visible incomodidad un vendedor ambulante de ropa, procedente de China.
Robert Chow, de la organización que recoge firmas para pedir el fin del movimiento de protesta, aseguraba a los medios locales que éste “ignora el estado de Derecho y viola el orden público”, al bloquear por tiempo indefinido importantes vías para el transporte de Hong Kong, una ciudad que ya en circunstancias normales sufre horas de atascos.
En un primer vistazo, el visitante podría interpretar que los más jóvenes de la excolonia, los estudiantes, son los que llevan el lazo amarillo, y gente más mayor y conservadora viste el azul, pero Penny Yeung desmonta el tópico.
“Tampoco es así, aquí todos los días viene gente anciana a darnos su apoyo y a sentarse a conversar con nosotros”, subraya la militante del movimiento demócrata.
La división social en Hong Kong, en todo caso, se ha hecho patente en estos días de protestas, como quedó perfectamente simbolizado en la noche del pasado sábado, cuando partidarios y opositores de las protestas se manifestaron unos frente a otros, separados por el Puerto Victoria, verdadero corazón de la ciudad.
De un lado, en el norte de la península de Kowloon, los “lazos azules” protestaban para pedir la vuelta a la “normalidad”, en un acto en el que varios periodistas fueron atacados.
En el otro lado, a dos minutos de viaje en ferry, los líderes de la “revolución de los paraguas” pedían democracia real para las elecciones de 2017, y la dimisión del jefe ejecutivo local, según ellos una marioneta de China. EFE