Lograda la hazaña independentista propia y la de otros pueblos, nos hundimos durante siglo y medio en guerras fratricidas aderezadas con la sucesión de caudillos de diferentes pelajes que se asumieron como salvadores de la patria y mandaron de manera personalista. Pesaban mucho los 300 años de coloniaje, en los que fuimos súbditos de una corona, y hasta por razones religiosas le guardamos fidelidad porque se predicaba que el mandato de los reyes provenía directamente de Dios.
Los blancos criollos lucharon y formaron el primer gobierno autónomo, el 19 de abril de 1810, pretendiendo preservar el poder social y económico de la colonia, y seguir contando con mano de obra esclava para asegurar la prosperidad de sus haciendas. Esta comprobación indica que nos ha sido difícil desprendernos del peso de una conciencia monárquica atávica, lo que explica el surgimiento de los caudillos que se arropaban con la república solamente en sus formas, puro camuflaje.
El punto de inflexión se produjo con Betancourt y otros líderes que, en 1945, establecieron una democracia verdadera, colocando en la pirámide del poder la soberanía popular que con voto pulcro elegía presidente y parlamento. Esto duró, restando el paréntesis perezjimenista, hasta 1998. Chávez significó un rebrote autocrático que traiciona la democracia y se pliega a Cuba: una especie de monarquía restaurada a partir de 1959, que su fin hoy luce cercano.
La mayoría de los venezolanos compartimos la idea de la democracia, creemos que las ideas desencadenan acontecimientos, y que seremos capaces de sacudirnos la tendencia atávica del sometimiento al hombre fuerte. Deseamos practicar la pura y simple libertad, participar políticamente acatando la Constitución.
El poder militar quedará en este siglo XXI definitivamente subordinado al poder civil, mediante mecanismos institucionales de control efectivo, poniendo coto a la tragedia de los militares actuando en política.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
@JulioCArreaza