Algo estamos haciendo mal en Europa. En nombre de los valores y libertades del hombre, que están inspirados en esos principios eternos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, se ha permitido que una bestia irracional, criminal e incluso salvaje se haya instalado en el corazón del continente. Demasiada tolerancia hacia los bárbaros y demasiado tarde para comprender el problema. Y es que, como decía el general Douglas MacArthur, “la Historia de los fracasos de la guerra se puede resumir en dos palabras: Demasiado tarde. Demasiado tarde para comprender el letal peligro. Demasiado tarde para colocar todos los recursos disponibles para enfrentar ese peligro. Demasiado tarde para ponernos al lado de nuestros amigos.”
Hace tiempo que debíamos de haber comprendido que la bestia que hoy se manifestó en París, de una forma brutal e inhumana asesinando a doce inocentes, se estaba incubando en el interior de nuestras ciudades. Unas políticas migratorias absolutamente erráticas y sin ningún control abrieron las puertas del continente a gentes sin escrúpulos, bárbaros sin principios y claramente contrarios a nuestro sistema de valores. Llegaron muchos con buenas intenciones, pero también llegaron seres mezquinos y enemigos de la democracia. En las mezquitas de Europa, especialmente como ocurría en Londres, París, Madrid y Roma, algunos imanes llamaban a la guerra santa impunemente y reclutaban a hombres y mujeres para la yihad, es decir, para hoy ejecutar estos crímenes que estamos viendo en las pantallas de nuestros televisores. Era una obligación sagrada para ellos, una simple bestialidad para nosotros.
Nada de lo que está ocurriendo es ajeno a nuestra desidia y falta de interés por combatir la intolerancia y la brutalidad de unos grupos que actuaban con absoluta impunidad. Ya en la guerra de Bosnia y Herzegovina (1992-1995) contemplamos horrorizados como se reclutaban a yihadistas para combatir a los serbios y los croatas, ambos pueblos cristianos, y para expandir el Islam en el corazón de los Balcanes.
Los mismos grupos, la misma barbarie que llevó a un grupo de jóvenes musulmanes parisinos a asesinar a un joven judío, Ilam Halimi, tras torturarlo durante días ante el silencio cómplice de una sociedad que tenía que haber reaccionado de una forma más rotunda y contundente. No lo hizo y ahora estamos pagando las consecuencias. Habrá un Islam de paz y concordia, pero no es el que se está difundiendo hoy en día en las mezquitas y centros musulmanes de Europa.
ES HORA DE HACER ALGO, DE ACTUAR Y DECIR LA VERDAD
Hace falta un mayor control policial de estas mezquitas, crear mecanismos de expulsión rápida de los que propagan estas ideas que hacen apología del terrorismo en su forma más inhumana y también, por supuesto, prohibir cualquier forma de propaganda radical islámica y poner a buen recaudo, quiero decir en la cárcel, a los más activos miembros de estos hordas de fanáticos. Es hora de actuar, de luchar, de decir la verdad y hacer algo.
Si seguimos así, presas de esta pusilanimidad y de no decir a las cosas por su nombre, nos volverán a atacar y la civilización occidental, basada en el respeto al diferente y la pluralidad social y política dentro de las reglas de juego democrático, acabará sucumbiendo y se derrumbará para siempre dejando libre el camino al totalitarismo y el despotismo. La defensa del Estado de Derecho, ese logro de la civilización en donde la Ley prima sobre la fuerza bruta, es absolutamente compatible con la pluralidad religiosa, pero siempre desde el respeto al otro y a las ideas nuestros vecinos.
NO ES UN FENÓMENO NUEVO NI AJENO A OCCIDENTE
Lo que ha ocurrido en París no es nada nuevo. Estos vengadores de Alá llevan conviviendo codo a codo con nosotros en nuestras escuelas, centros de trabajo y también en las calles; son las mismas alimañas que mataron al holandés Theo Van Gogh, simplemente porque les desafió con sus ideas y películas, y los mismos descerebrados que ya atacaron al periódico danés “Jyllands-Posten”. No aceptan nuestras libertades ni nuestro modo de vida; luchan por destruir ambas cosas y quizá, fruto de nuestra infinita cobardía, lo acaben consiguiendo.
Las doce víctimas de París son unas más a unir a la larga lista de horrores. La intolerancia del Islam más radical hacia el no creyente se extiende por el mundo y la geografía del mal es muy amplia. En Argelia ya el Frente Islámico de Salvación (FIS) ha asesinado centenares de extranjeros que trabajaban allí, ha asesinado a sacerdotes y ha degollado a inocentes por el simple hecho de no ser musulmanes. Lo mismo podemos ver en otras latitudes, donde los cristianos son perseguidos, tal como ocurre en Egipto, Nigeria, Somalia, Siria e Irak. Estas semillas del odio y del terror se están expandiendo por todo el mundo.
Hasta Estados Unidos han llegado con ese rencor intenso de la mano de esos refugiados chechenos que perpetraron en su día la matanza de Boston durante un acontecimiento deportivo. ¿Cómo fue posible que un joven casi adolescente, Djokhar Tsarnaev, fuera capaz de participar de un acto deplorable y deleznable? Muy fácil: las redes sociales están llenas de esta propaganda criminal y en muchos centros religiosos se infunde este discurso demencial e intolerante que apela a la lucha armada y a la eliminación física del que no comulgue con sus ideas. La misma madre del terrorista, un ser lleno de ira, locura, odio y resentimiento hacia todo lo que fuera algo distinto de su versión dogmática y fundamentalista del Islam, era presa de esas ideas si es que se le pueden dar ese nombre a semejantes aberraciones. Por no hablar de los iluminados del Estado Islámico, ISIS, esos “humanistas” que han decapitado en los últimos meses a todos aquellos no musulmanes que se encuentran en su camino hacia Bagdad, entre los que destacan periodistas occidentales, kurdos, cristianos iraquíes, mujeres liberales e incluso niños.
Desde la condena más rotunda de este atentado, que vuelve a poner encima la necesidad de vertebrar y articular mecanismos que permitan defender desde la Ley a nuestros sistemas democráticos frente a estas nuevas “maldiciones”, hay que reconsiderar muy seriamente los peligros que bajo el paraguas democrático se guarnecen y desde la legalidad trabajan para subvertir nuestro orden político. Hace setenta años terminó la Segunda Guerra Mundial, en la que el mundo quedo aterrado al descubrir el Holocausto y el exterminio de millones de seres humanos -judíos, homosexuales, gitanos, rusos y un sinfín de nacionalidades y condiciones- a manos de los nazis. Sirva el recuerdo de las víctimas de hoy para poner sobre la mesa que las amenazas contra nuestras democracias siguen intactas y que debemos estar alerta. ¿Estaremos a tiempo?
Ricardo Angoso es periodista español
@ricardoangoso
Original en Gentiuno