Un maestro es un catedrático, un profesor o persona, que como trabajo habitual, enseña. Usa la sabiduría y se prepara arduamente para demoler a la ignorancia y a la infamia con educación e instrucción. Su consejo y ética, procura alejar al alumno del delito. ¿Su propósito?, hacerlo más útil para sí mismo y para los demás. Con su ideal y práctica enseña virtudes. Sus decisiones, siempre serán imparciales; porque es amante de la ley justa.
El maestro construye individualidades solidarias a favor del desarrollo de los pueblos. No concibe a una educación colectiva o comunitaria sin antes fundar las bases del amor personal, individual. Esto lo hace, más por formación (Educación-instrucción) que por lo doctrinario o ideológico. Porque conoce lo que es la libertad y el objetivo del acto de educar. Esto es, jamás impone lo ideológico, por encima del proceso educativo. Porque está persuadido, que quien lo hace, estafa y destruye lo más preciado del discípulo: su libertad y decisión.
El maestro siente que la formación de cada ser humano se funda desde el desalojo del egoísmo hasta alcanzar, en lo teórico y la práctica, el entendimiento de la solidaridad. El educador evoluciona con los tiempos y con el mismo alumno; porque la educación, como lo decía, el educador y pedagogo brasilero, Pablo Freire, “es un interactuar”. Ciertamente, la educación es un acto teórico-práctico donde siempre aprenden mutuamente alumnos y maestros.
El tráfago del maestro en el proceso de la enseñanza, va desde el trabajo minucioso e integral de la formación de la individualidad, hasta el logro de despertar la sociabilidad y unidad colectiva del alumno o discente. Y por ende, hacerle entender, que jamás puede considerarse un producto terminado, sino un ser humano en preparación; pero sí, con decisiones más determinantes a medida que vaya combinando sus conocimientos aprendidos con la experiencia. Por esto, los pueblos sabios, las sociedades emprendedoras, los países que descubren que su principal materia prima es su cerebro y la imparcialidad política, tienen en su haber, la capacidad de reconocer al liderazgo transformador y protagónico del maestro. Es por eso que esas naciones lo atienden y lo recompensan con sueldos dignos.
Un maestro busca, como logro, el desarrollo equilibrado de sus alumnos. Para alcanzar esta meta, los enseña a administrar a sus propias inteligencias. Esta enseñanza es un acto para la libertad, el desarrollo y la esencia que busca la modificación de sus conductas. Por ello parte de la organización y la planificación; luego sin demora, va a la aplicación o ejecución de lo organizado y planificado. Esto, sin olvidarse de revisar, ininterrumpidamente, la evaluación y el control de todo lo realizado. Porque quien se olvida, de evaluar y controlar, corre el riesgo de perder su esfuerzo y trabajo. Quien ya se sabe educador, se prepara y se actualiza, con la visión y misión de servirle libremente al ser humano.
El filósofo Aristóteles, en su obra La política, definía al hombre como un “Zoon politikón”, que en lengua griega quiere decir: “animal político” o “animal cívico”. Por consiguiente, el educador, por antonomasia, siempre será un auténtico ser político; más nunca instrumento de un partido político. ¿Por qué? La respuesta es sencilla; pero en la praxis es compleja. El educador, de manera pedagógica o andragógica, tiene la propiedad de afinar y preparar, en el alumno, la capacidad para relacionarse políticamente con sus semejantes, crear y orientar el buen desarrollo de las sociedades; además, lo ubica para que aprenda a organizar la vida en la ciudad (“polis”). Porque el educador, entre otras cosas dignas, cree en el amor, la amistad, la civilización, la cultura, la razón, el ejemplo, la verdad, la justica y la política. Y porque cree en la política, sabe de la necesidad de los partidos políticos como fundamento de la democracia. De tal manera, el educador, ciertamente, es uno de los más importantes líderes protagónicos del desarrollo de su pueblo, de su país. Por esto, su desempeño se hace universal.