Fernando Núñez-Noda: Relatómicos

Fernando Núñez-Noda: Relatómicos

multicuentos


Cuentos cortos – Fernando Nunez-Noda

Vuelve el otro

Su mera presencia en aquel paraje resulta inconcebible. Los soldados de la puerta cruzan lanzas y pronto otros, flotantes a lo lejos, se acercan desenvainando.

El Guardián de turno no puede disimular su estupor, porque ni él ni los otros lo esperaban… y menos aún solo tal cual vino. Suelta la Gaceta del Empíreo cuya sección política (creada recientemente) leía.

— ¿Qué hace usted aquí? –pregunta, insuflándose de un aplomo repentino.

— Tengo reunión con Él.

— No tengo anotado permiso alguno en mi registro.

— Ya llegará.

Un mensajero alado aterriza apresurado y entrega la pequeña tarjeta El Guardián, gruñe al revisar la lista del día y constatar la insólita entrada.

— Tiene cita. Abran y escolten.

Un aire tenso se apodera de las frías galerías celestes. Cada vez bajan más centinelas, oscureciendo la bóveda como nubes de tormenta.

El Guardián empuja la pesada hoja de un portal y se asoma, todavía incrédulo de que no haya demonios ocultos en las nubes.

— Vine solo -dice el visitante. Díle al Gran Teócrata que llegó Luzbel…

— Lucifer, Baal, Alalel querrás decir. Aquí esa denominación desapareció…

— Tengo muchos nombres. Setecientos treinta y dos mil para ser exacto, por los momentos.

El Guardián no replica.

Y se le abren las puertas del cielo al segundo hijo… quien ve su camino flanqueado por miriadas de ángeles que se han congregado con estupefacción y alerta. Tiene una cita con Jehová.

Nadie es fantasma en su propia casa

Mi otro yo me llevó a las aguas termales. Él lo tomó como un ejercicio de salud y meditación. Yo preferí divagar por los corredores del caserón decimonónico, rozando a la gente que sentía “como algo que pasaba” o departiendo con otros colegas. El otro le decía entre dientes a un amigo, durante la sencilla misa de la mañana, que ansiaba fervientemente contactar a una aparición, un meta-cuerpo porque así tendría un atisbo de trascendencia y no el frío abismo de la nada. “Bueno, mira, yo soy un espectro”, le dije, pero qué va, ya mi voz era una brisa perdida en los pasillos.

Diana sonríe

“Lo que pasa con las estatuas
es que sus movimientos requieren el concurso de milenios”
Anónimo

Un longe(vísim)o observador notaría las claras diferencias en Laocoonte y sus hijos o en ciertos petroglifos del Orinoco que se doblan hacia una coordenada, en ángulos minúsculos, cada mil y tantos años.

Se dice en algunos tratados ocultos que reconocidas esculturas recorren el diámetro de un cabello en cien años, otras en milenios.

El padre de Eím había comprado una extraña estatua de tamaño humano. La colocó al borde de un bar enclavado en la biblioteca. La imagen representaba una diosa con cuatro brazos, pero no era la Shiva indostánica, más bien una especie de Diana Cazadora maldita. Tenía registrada una fecha de 1825 en una placa de yeso.

EÍM: Ese escultor estaba loco, vale.

Un recorte clavado en la pared de madera, amarillo por los años, contenía una crítica de la obra: “La técnica es audaz: trazos gruesos en la piedra, rastros de viento, energía contenida… nada liso, todo en perpetua caída hacia arriba”.

EÍM: A mí me parecía horrible esa bicha.

Ahora bien, a las estatuas pueden írsele “los tiempos”. Una vez cada tantos siglos y en casos extremadamente raros.

Eím caminaba por el pasillo hacia la sala y La Cazadora maldita en un lance repentino puso en acción cada uno de sus brazos.

Con uno lo rodeó, con otro apretó su cuello. Un tercero acarició sus partes pudendas y el último alcanzó el recorte y lo deshizo entre sus dedos. Eím se sintió suspendido en el aire, luchando por respirar.

En medio del afán de no perder el último soplo miró la más horrorosa sonrisa, en un rostro de blanquísimo mármol, sin vetas, con rasgos ahogados en la piedra, disfrutando su maldad y su voluptuosidad.

—  No era de este mundo, chamo.

De repente una contracción pétrea, Shiva Cazadora se quedó inmóvil y su sonrisa se desvaneció y volvió a su inexpresivo rostro de siempre. Nuestro héroe debió emplear todas sus fuerzas para no ahogarse mientras zafaba su cuello de aquellos colosales dedos femeninos.

Consultado por Eím, yo especulé que la prisa por amar y matar de esa estatua había enfurecido a alguien. ¿Quién la detuvo? ¿Un dios de piedra? ¿La corte de estatuas?

Obviamente me puse nervioso cuando me contó esto justo frente a la marmórea figura de rostro siniestro.

—  En el trance el universo se puso viejo, pana.

Eso dijo mientras me mostraba, separada entre dedos, la primera cana en veinticinco años que le salió ese día.

Sobrevivida

Una amiga quería encontrar un sentido a la vida, hasta que averiguó que para ello debía inventarse una. Eso no le añadió un sentido, pero sí una vida. Quien tenga ojos que vea.

El hombre y sus culpas

Adán contempla a Caín y Abel jugando a lo lejos. Han pasado siglos desde el pecado original. Eva se acerca y lo acaricia.

— Te veo preocupado ¿En qué piensas?

— Me desconsuela saber que para esos niños nuestras historias del Paraíso serán meras fantasías.

Eva lo besa y le susurra: “Para bien o para mal”.

Pulp Affliction

La gente afirma que Omar está loco. En realidad está loco de amor.  Todo lo que le costó olvidar a Krista, cuya presencia intangible entorpeció su ya complicada relación con Ayza. Tantas veces que folló con ésta pensando en la otra. Le parecía un menage à troisirresistible pero a la vez culposo. Luego las dos frente a sus ojos, reclamando una decisión, el final de aquella demencia sexual, subliminal.

Tocan la puerta. No es un sanatorio, pero tampoco un hotel. Se alegra porque llegan refuerzos, la oportunidad de dejar atrás, de recomenzar desde la tapa, subir la cuesta de la obsesión como si fuese la primera vez. El enfermero coloca en la mesita el último ejemplar de la revista “Fashion & ShowBiz”. Y ¡ah! le dice a Omar que esté pendiente, porque la suscripción está a punto de vencerse.

La quietud ilusoria

(Siglo XIII dEC). El discípulo mira la estatua de Buda y replica al maestro: “Si esta figura se moviera, yo creería en el Iluminado”. El maestro le dice: “Sentirás que se mueve cuando vayas con ella”, y le anticipa todo aquello que aún no dirían los sabios de la física.

 

 

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ILUSTRACIÓN: Lúdico.

—Otro inquilino de Plaza Odot————————–——————–
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