Se encargó el propio jefe del Estado de crear una gran expectativa nacional, e incluso internacional, en relación con la necesidad de que fuera abordado en su más amplio contexto el tema de la crisis del país, con las características de recesión que señalan los distintos indicadores económicos que se manejan tanto interna como externamente, así como los resultados de su gira por varias naciones, considerada por muchos como innecesaria y suntuosa, presuntamente destinada a lograr financiamiento para el país, así como de llegar a entendimientos sobre la necesidad de llevar los precios petroleros a los niveles deseados.
Sin embargo, luego de la extensa perorata, acompañada de innecesarios y destemplados insultos contra quienes adversan su manera de conducir los destinados del país, a la que nos tiene acostumbrados a todos los venezolanos, nada precisó sobre los verdaderos resultados del periplo diplomático-turístico, pero varios elementos destacan de su encadenada alocución: su proverbial terquedad y su caracteres engañoso y fantasioso.
No admite, ni admitirá jamás, el Presidente que el modelo de desarrollo tercamente sostenido por él, sin una base teórica y práctica realmente sustentables, no ha dado resultados favorables al desarrollo del país; pues hasta ahora no ha tenido el régimen un vocero auténticamente acreditado para darle una explicación convincente sobre su viabilidad, ni aceptan un debate clarificador de la realidad. No se comunica Maduro con el mundo exterior y, según demuestra, no escucha otras emisoras distintas a la que acapara el PSUV, que le permitan empaparse o tan solo oír las versiones permanentemente ofrecidas por calificados expertos en la materia económica, que nos demuestran a todos los venezolanos conscientes de la inviabilidad del modelo implantado en el curso de los últimos 15 años. Ni siquiera le toma la palabra a su economista de oposición preferido, Luis Vicente León, quien ha llegado a expresar que no se está criticando específicamente que su gobierno sea o no socialista, sino al MODELO. Y eso es lo que no le entra a Maduro por ningún lado.
Y, si de engaño hablamos, debemos insistir en lo que siempre hemos planteado: ¿de qué nos habrá visto la cara el Presidente para caernos a mentiras como las que expresó ayer en su intento de demostrar que el desastre sufrido por el país en la actualidad es culpa de esos bandidos que somos hoy más de la mitad de los venezolanos? ¿Creerá Maduro, por ejemplo, el cuentico de un fulano que habría realizado 300 compras en solo 15 días, como parte de un complot para crear abastecimiento en los supermercados y otros expendios de artefactos eléctricos? ¿Y qué decir de la oferta, con intenciones evidentemente electorera, de la construcción de 400 mil viviendas para este 2015, cuando en los casi 16 años de dictadura chavista no se ha alcanzo una cifra similar?
De igual manera, retomando el carácter fantasioso de un discurso en los que asegura hablar con pajaritos y otros subterfugios para esconder la realidad y su propia falta de formación para regir los destinos de lo que llegó a ser una nación que marchaba camino hacia la prosperidad, pintó un país tan maravilloso que, si lo creyéramos, obligaríamos a retornar a los miles de jóvenes que conforman la diáspora de venezolanos huyendo hacia cualquier otro país que les ofrezca mayores posibilidades de mejor vida. Incluso naciones latinoamericanas que han recibido ayuda de Venezuela para superar sus crisis, son hoy día receptoras de gente nuestra que ha huido en estampida.
Y dentro de marco de honda preocupación en la que contribuye sumirnos Maduro con sus discursos, lejos de respuestas basadas en conocimientos y realidades técnicas y científicas que nos permitieran visualizar una salida de la crisis y despegar de una vez por todas hacia el deseado desarrollo, lo que ofreció el Presidente fue encomendar a Dios el destino de la economía del país. “Dios proveerá”, fue su auto respuesta en relación con las medidas de su gobierno ante la merma de los ingresos petroleros y la necesidad de reformular el Presupuesto Nacional ; por lo que bien podríamos preguntarnos: ¿Cómo debería ser, entonces, el mecanismo para gestionar ante el Señor las divisas que requerimos para solventar la crisis general que soporta nuestra economía?