La mentira es nuestra dueña y señora. En Venezuela se muestra oronda y libre de ataduras, ostentosa, pretenciosa, altanera. Nos hemos acostumbrado a ella. Se suelta a los cuatro vientos con desparpajo y sin temor a consecuencia alguna. Vive de la impunidad que protege a quien la vomita y de nuestras muy mermadas capacidades de análisis y de asombro. No nos permite ponderación ni mesura. Se cobija en el fanatismo polarizado que padecemos y en la radicalización de nuestros puntos de vista. Es como un muro alto y avasallante que se interpone una y otra vez entre nuestros ojos y la realidad del país. Nunca es el mismo, siempre cambia de forma y de tenor, pero eso no importa, cumple de la misma manera su cometido falsario, y nos pretende ciegos, sordos y amordazados.
Los políticos siempre han tenido fama de mentirosos. Acá y en todos lados, los ciudadanos comunes siempre les escuchamos como desde una trinchera, con suspicacia, a la espera de que sus discursos y palabras, disfrazados de sinceridad, no nos estallen luego como granadas en la cara. Si dicha fama es justa o no, ese es otro tema, como también lo es el que no todos deban ser medidos con la misma vara. Político excepcional, y plantearlo así, como excepción, ya esper se muy lamentable, es entonces el que rompe el velo de las dudas y arrostra la verdad, cuando así le toca, sin cortapisas ni miedo. A estos últimos, cuando sus hechos y logros demuestran que su honestidad no es fingida ni coyuntural, sino una forma de vida, se les llama “estadistas”. A los demás se les llama de muchas otras maneras, algunas de ellas no aptas para menores. No las referiré en este espacio, pero ustedes saben de qué hablo.
La mentira nos gobierna. No es herramienta exclusiva de la “revolución” ni mucho menos, pues bastantes mentirosos tuvimos que padecer antes de la llegada de Chávez al poder. De hecho, parte del éxito de su campaña inicial se apoyó en develar las mentiras de quienes le precedieron. Su pecado, sin embargo, fue el de sustituir las mentiras viejas por otras, vetustas también, pero disfrazadas de novedad. Al menos así fue en los primeros momentos, aunque hoy por hoy es incontestable que muchos de sus asertos de aquellos tiempos, dichos al mundo con la cara muy lavada, eran mentiras ¿No me lo creen? Recuerden que en 1998 le dijo a Jaime Bayly en su programa, textualmente “Yo no soy socialista”. Luego sin tapujos afirmó en miles de oportunidades que la única solución posible a todos nuestros problemas era el socialismo, al punto de que trató de imponer tal ideología como la única válida en nuestra nación, en su propuesta para la reforma constitucional de 2007. El intento falló, el pueblo no le aceptó el dislate, pero tras la derrota sufrida, aquél socialista que juró al principio no serlo impuso por los “caminos verdes”, como decimos acá, su visión “socialista” del mundo y de las relaciones entre los ciudadanos y el poder. Lo demás es historia.
Fue quizás aquello un esbozo de lo que sería después la manera política usual en Venezuela. A las formuladas durante aquella campaña en 1998, les han seguido largos años de nuevas mentiras acumuladas, una sobre otra. Ahora la mentira es común, casi una práctica oficial y obligatoria, un deporte nacional. Vemos por ejemplo múltiples falsos planes de magnicidio, mentiras dichas con el objetivo de atraer la atención de las masas o como base para perseguir a quienes le resulten incómodos al poder, que se sueltan acá y allá sin jamás presentar la más mínima prueba de lo afirmado. También hemos vivido muchas “mentiras oficiales”, que se repiten y repiten sobre cualquier evento de relevancia nacional en el que el gobierno quede mal parado, como por ejemplo los hechos de abril de 2002, el Paro Cívico Nacional de 2002-2003, los relacionados con el firmazo y el “reafirmazo” para el referendo revocatorio de 2004, las protestas por el cierre de RCTV y la propuesta de reforma constitucional de 2007, la muerte de Chávez (¡Ah! Tema tabú, sobre el que ahora, al parecer, están saliendo a flote las verdades), las elecciones de 2013 y las protestas del 2014. A cada suceso, una mentira. Todo menos decir, y asumir, la verdad.
También se ha hecho común, al punto de que ya no asombra ni choca (lo cual preocupa, y mucho), la difusión de mentiras difamatorias. José Vicente Rangel, aunque se cuida mucho del uso aborrecible del lenguaje y de la ironía mal manejada, no pierde por ejemplo oportunidad para “develar” supuestos planes conspirativos u otros hechos sensibles de los que jamás presenta prueba alguna. En su defensa, cabe decir que lo hacía también durante “La Cuarta”. Todo es un “me llegó”, un “me dijeron”, un “ya se sabe”, pero nada más. No ha sido el único. Ni el peor. La cosa ha degenerado y el “estilo” soez y “guapoapoyao” para mentir se impuso con Mario Silva y su esperpéntico show de TV, “La Hojilla”, en el que enfilaba sus cañones contra toda la oposición venezolana, sin pruebas, de una manera en la que más parecía que lo que buscaba era pelea, que no transmitir información. Se parecía mucho, aunque le duela, a Alfredo Peña con sus “peñonazos”: Puro soltar palabras sin base de esa manera grosera, chismosa o altisonante, absolutamente alejada de cualquier sobriedad y ponderación que, vaya usted a saber por qué, a los venezolanos, valga la autocrítica, nos encanta.
Algunos tratan de ser “polémicos”, sin serlo, y encuentran ahí su única posibilidad de rating, aunque sea menguado. Se parecen mucho a esas socialités en decadencia que cuando ya no saben qué hacer para llamar la atención dejan que se les vea una lola o un “picón” en una gala, ante cientos de fotógrafos o que, peor aún, “sin querer queriendo” dejan colar a la red algún videíto “espontáneo” en el que se las ve en plena faena amorosa con algún amante presente o pasado solo para estar de nuevo en boca de todos y recuperar su “popularidad”.
Otros, como Diosdado, toman lo peor de todos los mundos y lo sintetizan. No suelta “peñonazos”, pues le va más soltar “mazazos” pero aunque imita los modos de Alfredo Peña durante “La Cuarta”, agrava la inquina nutriendo su programa de chismes y cuentos de camino llevados a él por supuestos “Patriotas Cooperantes” no solo anónimos, sino además ilegales e inconstitucionales que además no presentan jamás prueba alguna de lo que afirman “haber visto” o “haber oído”. Cabría recordarle que la Fiscalía General de la República, dirigida por Luisa Ortega, ha dicho incluso ante la ONU que la figura del “Patriota Cooperante” es ilegal, y también que la Constitución Bolivariana, hija directa del Máximo Comandante, prohíbe en su artículo 57 el anonimato.
Grave es que desde la mentira es que se pretenda gobernarnos, a todos, pero peor es creer que esas malas mañas son las que van a acabar con la impunidad, bajar la inflación, llenar los anaqueles o poner comida en la mesa ¿Ingenuo el pueblo? Puede ser, pero pendejo no es.
@HimiobSantome