Ni la inmensidad de la Gran Muralla china ni la belleza de la Ciudad Prohibida son alicientes suficientes para atraer a los turistas extranjeros que, ante las obstáculos para obtener un visado o los problemas ambientales del gigante asiático, están optando por otros destinos más “fáciles” del sudeste asiático.
Sara Díaz/EFE
La revalorización del yuan o la censura de internet son otros factores que están afectando al turismo en China, mientras que el país vive un fenómeno a la inversa y cada año se bate un nuevo récord de turistas chinos que salen al extranjero.
China acogió durante los primeros 11 meses del pasado año a 117 millones de turistas (extranjeros y residentes de Hong Kong, Taiwán y Macao) y experimentó un notable descenso respecto a años anteriores: 130 millones (2013), 132 millones (2012) y 135 millones (2011).
En Pekín, de los 4,4 millones de turistas de fuera de China continental que visitaron la ciudad, 3,7 millones eran extranjeros, un 5 % menos que en 2013, según datos difundidos por la Administración Nacional de Turismo en China.
Los expertos chinos de turismo atribuyen estos datos a una previsible desaceleración de la entrada de turistas después de varias décadas de rápido crecimiento desde principios de los años 80, y que tuvo un momento culminante en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008.
Los propios medios y expertos oficiales reconocen que el complicado sistema chino de concesión de visados y la elevada contaminación ambiental de las principales ciudades están actuando como principales elementos disuasorios.
La primera dificultad aparece a la hora de solicitar el visado. China exige a los turistas que aporten una reserva del hotel
El precio por un visado de turista con una única entrada es, por ejemplo, de 60 euros en España, aunque en Estados Unidos es aún mayor (189 dólares), cifras que se incrementan para aquellos que tienen que desplazarse al consulado o embajada china más cercana a su localidad, o deben contratar los servicios de una agencia que les ayude con el trámite.
El Gobierno chino, consciente del problema, ha anunciado que facilitará la concesión de visados a los turistas, aunque todavía no lo ha llegado a poner en marcha.
La fuerte contaminación que envuelve muchas de las metrópolis chinas, sobre todo en el norte y el este, donde la presencia de refinerías, fábricas y plantas químicas es mayor, es otro de los problemas que hacen replantearse al turista su visita al país asiático.
El alcalde de Pekín, Wang Anshun, calificó recientemente la capital china de “inhabitable” por la contaminación del aire y al elevado índice de partículas 2,5 PM, las más peligrosas para la salud humana debido a que penetran directamente en los pulmones.
Para algunos, la censura de internet cada vez mayor del régimen comunista también es un problema (incluso si es de corta duración) al no poder navegar durante su estancia por las redes sociales favoritas, leer muchos medios internacionales de información o incluso abrir el correo de Gmail.
Si la contaminación, la censura y los complejos requisitos del visado no fueran suficientes motivos para mantener alejados a los turistas, muchos visitantes se quejan de que el viaje a China es cada vez más caro.
En opinión de Liu Simin, vicesecretario de la Asociación de Turismo de Pekín, un organismo público de investigación, la apreciación del yuan durante los últimos años ha desalentado a los visitantes internacionales.
“China es cada vez más cara, por lo que los turistas interesados en Asia se sienten naturalmente atraídos por los vecinos del gigante asiático, especialmente los que tienen unas industrias de servicios más desarrolladas”, agregó Liu en unas declaraciones al South China Morning Post de Hong Kong.
En detrimento de China, Vietnam, Malasia, Japón o Tailandia son los países asiáticos que han ganado una mayor popularidad al ser unos destinos más “agradecidos” que ofrecen más facilidades administrativas a los turistas y escenarios exóticos a un precio menor.
Ante esta perspectiva, China tendrá que replantearse si quiere seguir siendo el gran dragón asiático que lanza bocanadas de fuego contra los visitantes o si, por el contrario, prefiere ofrecer su lado más amistoso para recuperar la confianza de los turistas extranjeros. EFE