Llegaron al poder catapultados por las palabras de un comandante golpista que asumió la responsabilidad cuando nadie en este país la asumía. Aquel 4 de febrero de 1992 por primera vez alguien daba la cara y no por poca cosa, la daba para asumir un fracaso insurreccional y llamar a deponer las armas. El famoso “por ahora”, se convirtió en bandera de quienes esperaban que aquella sentencia se materializara en un cambio verdadero en un futuro próximo. El “cambio” solo tardó unos años y aquello que no habían logrado los militares del 4 de febrero con los tanques, lo consiguieron con votos: entraron a Miraflores.
Triunfaba así la esperanza generalizada de amplios sectores que veían aquella elección como una renovación de la política y sus formas. Por fin llegaba alguien al poder que asumía responsabilidades sin trasladarlas a un tercero. “Esto es lo que le hacía falta a Venezuela” era la opinión común. Dieciséis años más tarde la realidad habla por sí sola, como nunca antes los gobernantes perdieron el valor de la palabra y como en ninguna otra etapa histórica de nuestro país la obligación de asumir responsabilidades ha estado tan pisoteada.
Hoy todo el mundo es culpable menos el gobierno, nadie da explicaciones y pretenden que millones nos dejemos arrastrar por el odio y el resentimiento llevándonos por delante la razón y el sentido común. Aquí las excusas han cruzado la raya de lo creíble a lo absurdo. No logro entender como alguien con cuatro dedos de frente se cree las excusas que nos inventan desde el poder para evadir sus culpas.
Nadie da la cara para responderle al pueblo, cuando se atreven a hablar es para culpar al imperio, a los medios, a la oposición, al niño o a la niña. Aquel que lo hace mal, lo premian con otro cargo. Nunca habrá una autocritica sincera dentro de las filas del gobierno, porque para ellos el sentido crítico se perdió con el fanatismo. Para ellos la opinión objetiva es insumo que usa el enemigo para debilitarlos. No la hubo antes y menos la habrá ahora, cuando luchan por mantenerse unidos ante la ausencia de un líder que todo lo cohesionada, que aplacaba las facciones.
No esperemos rectificación cuando ellos lo único que se juegan es su supervivencia en el poder. Para lograrlo no importa nada, ellos ven los sacrificios del pueblo como un paso necesario en el proceso de consolidación de su proyecto hegemónico. Hay una disociación total con la realidad, los vidrios ahumados de sus camionetas blindadas hace mucho le nublaron la vista. No escuchan, no tienden puentes, se los tragaron sus propios dogmatismos.
Llegamos a una etapa muy peligrosa en todo este proceso de destrucción nacional, una etapa de radicalización propia de quien necesita escalar más alto para que su discurso sea creíble. Las detenciones sumarias de empresarios, trabajadores y representantes de industrias productivas va a empeorar un panorama que ya no pintaba bien y que ahora luce peor. Uno se pregunta ¿Hasta dónde piensan llegar? La respuesta es sencilla: No tienen límites, tampoco escrúpulos.
Venezuela debe despertar y levantarse a pesar que nos estén tratando de quebrar el lomo. No merecemos tanta humillación, tanta desidia, tanta desvergüenza. Recuperar nuestra dignidad es el primer paso para recuperar nuestra libertad.