La intentona golpista de Venezuela del 4 de febrero de 1992, insurrección militar encabezada por el entonces desconocido teniente Coronel Hugo Chávez Frías, era un complot pobremente planificado que solo podía tener éxito si los conspiradores lograban ejecutar su más funesto objetivo: el asesinato del presidente Carlos Andrés Pérez, publica El Nuevo Herald.
Antonio Maria Delgado
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Y es que la conspiración dejaba en manos de la improvisación aspectos claves del levantamiento, dado a que Chávez estaba más preocupado de una delación que una eficiente coordinación de las tareas y de la actuación de las unidades comprometidas en el movimiento.
Los detalles de la insurrección militar y sus nexos con el régimen de los hermanos Castro quedaron plasmados en el libro El Delfín de Fidel, escrito por el ex comandante del Ejercito venezolano Carlos Julio Peñaloza.
El general, quien fue uno de los primeros en alertar que Chávez había conformado una logia castrista dentro de las Fuerzas Armadas, desglosa en su obra la cadena de eventos que condujeron al 4 de Febrero de 1992, para luego mostrar una radiografía del golpe, relatando las acciones de sus actores y de quienes trataron de beneficiarse políticamente desde la sombra.
Uno de los elementos más sorpresivos del libro eran los planes de los conspiradores de colocar al ex presidente Rafael Caldera a la cabeza de la nueva junta de gobierno que sería constituida si el golpe de Estado tenía éxito.
Caldera, quien un año después compitió electoralmente y ganó la presidencia, no solo estaba al tanto de la intentona golpista, sino que había accedido a asumir la jefatura de la junta, aunque advirtió que no sería un conspirador activo, relata la obra, disponbile en Estados Unidos en librerías y digitalmente a través de Amazon.com
Pero el golpe solo iba a tener éxito si los conspiradores lograban capturar a Pérez, quien debía regresar el a inicios de febrero de Davos, donde había viajado para participar en el Foro Económico Mundial.
“Todo giraba en torno a la muerte de Carlos Andrés”, dijo Peñaloza desde Miami en una entrevista telefónica.
“El primer paso de todo el golpe dependía de la captura, pero si lo capturaban lo iban a matar”, agregó el general, quien meses antes del golpe había arrestado a Chávez y a varios integrantes de su logia, pero éstos fueron posteriormente liberados por el propio Pérez, quien ordenó que no se interfiriera con la carrera de los oficiales hasta que se presentaran más pruebas.
La decisión de Pérez le salió sumamente caro al presidente, que luego estuvo en riesgo de ser apresado y eliminado por los mismos oficiales.
Según el libro, los golpistas tuvieron varias oportunidades para capturar el presidente, el primer de ellos fue al momento que llegó a Venezuela desde Davos.
A cargo de la operación estaba el contralmirante, Hernán Gruber Odreman, quien era el oficial de más alto cargo dentro de la conspiración, pero éste se rehusó a participar a última hora al enterarse que Caldera encabezaría la junta de gobierno en vez de él.
“Al oír el mensaje, Gruber se enardeció al saber que no sería el presidente de la junta, manifestando iracundo: ‘Esto no fue lo acordado’”.
El segundo intento de aprender a Pérez vino horas después, cuando el entonces capitán del Ejército Miguel Rodríguez Torres fue tomar la residencia presidencial, conocida como La Casona.
Ya pare ese entonces, Pérez estaba al tanto de la conspiración y había abordado un vehículo que salió de la residencia con las luces apagadas. Una vez en la calle, el vehículo presidencial aceleró hacia la autopista, sorprendiendo a Torres, quien exclamó: “Qué vaina, se me escapó el presidente”.
Torres ordenó a sus soldados disparar contra el vehículo que se marchaba a toda velocidad.
Otra oportunidad para capturar al mandatario vendría media hora después en el palacio presidencial de Miraflores, cuando los insurgentes trataron de tomarlos con vehículos blindados Dragon.
En realidad los planes contemplaban que unidades dentro del palacio se unirían a los golpistas, “esperándolos con las puertas abiertas”.
Pero esto no fue así.
“Cuando el primer Dragón se destuvo ante la reja, los centinelas [que ya estaban advertidos sobre el golpe] abrieron fuego. Para el Capitán [Antonio] Rojas Suárez, la feroz resistencia fue una sorpresa”, resalta el libro.
“Esto indicaba que algo iba mal en relación con los previsto”, Rojas Suárez declaró posteriormente.
En medio de la feroz resistencia proveniente del palacio presidencial, Rojas Suarez y el capitán Ronald Blanco La Cruz, solicitan a Chávez que enviara refuerzos, pero el teniente coronel, que se encontraba en el cercano Museo Militar, no responde.
“En medio del fuego cruzado, Blanco La Cruz y Rojas Suarez estaban furiosos al no ver a Chávez al frente del combate. En ese momento llamaron al sargento Iván Freites y Rojas Suarez le dijo: ‘Cuando veas al maldito Chávez, mátalo’”, resalta la obra.
Al final, Pérez logra escapar, poniendo fin a toda posibilidad de éxito que tenía la intentona.
“En la concepción de Chávez, la toma de Miraflores no era una simple batalla, sino una apuesta ‘todo o nada’”, resalta Peñaloza. “El concepto era muy riesgoso porque de no capturar al presidente, el plan se desplomaría. Chávez corrió ese albur influenciado por [el general Ramón] Santeliz, quien lo convenció que gracias al factor sorpresa, la captura de CAP [Pérez] era un hecho”, redactó Peñaloza.
Pero ninguno de los conspiradores planificaron planes alternativos a ser ejecutados ante cualquier improvisto, y Santeliz –otro de los militares pertenecientes a la logia castrista–“parecía ignorar que la neblina de la guerra y los errores humanos pueden hacer fracasar hasta los mejores planes”, sentenció Peñaloza.
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