Hay una marca que explica la garra represiva que se revela como la característica fundamental de la sucesión que Maduro recibió de Chávez casi tres meses antes de morir: su fracaso como gestor del patrimonio político del difunto presidente, como un heredero que, lejos de mantener o aumentar el activo legado, lo dilapidó irresponsablemente.
La imagen de una Venezuela desgarrada por la búsqueda de alimentos, medicinas y servicios de uno a otro rincón del país, nos releva de traer cifras siempre ambiguas y nunca convincentes y jamás elocuentes para demostrar que, no un país, sino una horda nómada es lo que está dejando un experimento que inventó cambiar la libertad y el bienestar por la esclavitud y el hambre.
De todas maneras, somos el país con la más alta inflación del mundo (120 por ciento para el año pasado, y 200 deducible para el que está corriendo), una devaluación del 300 por ciento que supera con creces cualquier otra moneda de la región, caída del PIB de un -4.0 por ciento y un índice de desabastecimiento (60 por ciento) y de asesinatos por cada 1000 habitantes que grafican a una sociedad en disolución.
Es cierto que ninguna de estas calamidades habría sido posible sin el condenado al fracaso modelo socialista que nos dejó Chávez, y que, aún con su presencia, la catástrofe nos asfixiaría inevitable e implacablemente, pero también lo es que, recibiendo Maduro una economía recuperable con un petróleo a 100 dólares b/d, se decidió por agravar la crisis hundiéndola a un nivel en que, solo con la entrega de nuestras riquezas a los chinos -u otro imperialismo-, podría sobrevivir un par de años apenas.
Digo “sobrevivir” en términos racionales, instrumentando un paquete de medidas de restablecimiento de los equilibrios perdidos, logrando un mínimo de paz social y gobernabilidad y estableciendo una mesa de diálogo con la oposición para la firma de un acuerdo que permita cumplir el calendario eleccionario pautado hasta el próximo año en la Constitución.
Porque “sobrevivir” como lo está haciendo, echando plomo con un ejército de forajidos, de paramilitares y mercenarios que salen a dispararle a cuando ciudadano se atreva a protestar, eso, señor Maduro, es ir cavando la fosa de un modelo y de su presidente, que algún día serán diseccionados por psiquiatras más que por historiadores, los cuales, hablarán de los años en que Venezuela fue gobernada desde el manicomio.
Es un recurso no del todo inútil cuando nos preguntamos cómo ciudadanos de nuestra misma naturaleza, tiempo y lugar optaron por las derrotas anunciadas, por los fracasos ensayados, por el regreso a grados de zoología larvaria, cuando frenar la soberbia es un esfuerzo mil veces socorrido para seguir siendo humanos y normales.
Secreciones de las ideologías, se suele argumentar, de ese conjunto de mitos preestablecidos disfrazados de ciencia, y más de una que empezó proclamándose atea, pero para establecer un reguero de cultos a dogmas e individuos que los aprovecharon para atribuirse una propiedad irrestricta sobre la vida y la muerte.
Puede ser, pero no explica todo, porque las pulsiones de las ideas no deberían llegar a extremos en que su aplicación concluye en la más torva y siniestra oscuridad.
Porque momentos hay, situaciones hay cuando un grupo, partido o tribu decide perderse, arrastrando en su caída a quienes sin culpas, pecados, ni equivocaciones que pagar, son enviados a ocupar espacios en el infierno.
Los rusos de la época de Stalin, los alemanes cuando Hitler, chinos de los tiempos de Mao, los camboyanos con Pol Pot, los nordcoreanos de la dinastía de los Sung, los cubanos de los 55 años de los Castro, y quizá los venezolanos que coincidieron con los timelines de Chávez y Maduro constituyen está suerte de inmolados que nunca dejarán de preguntarse “¿por qué, por qué?”
Por todo ello, mire a su alrededor señor Maduro y trate de medir el grado de aislamiento de la llamada revolución y de su llamado gobierno, vea que, no es solo que ya nadie quiere respaldarlo, sino retratarse con usted, analice como hasta organismos, gobiernos y partidos que hace un año le daban el beneficio de la duda, toman sus invitaciones con pinzas y lo desmienten al decir que si vienen al país es a propiciar el diálogo con la oposición y no a justificar el asesinato de estudiantes imberbes y menores de edad.
Los secretarios generales de la ONU, la OEA, el Papa Francisco, la Eurocámara, los presidentes de Colombia, Perú, Panamá, España, Estados Unidos, la mayoría de los parlamentos de América y Europa, personalidades como Andrés Pastrana, Sebastián Piñera, Felipe González, Felipe Calderón, Enrique Krauze, Mario Vargas Llosa, y miles más, todos claman contra las violaciones de los derechos humanos en su gobierno y porque sean los venezolanos, gobierno y oposición, quienes se siente a buscarle solución a la crisis que envilece al país.
Y los que no se han pronunciado, no crea que es porque lo respaldan o avalan el estado de desafueros que se suceden al país, sino porque esperan de usted un mínimo de racionalidad para retroceder y no insistir en hundirse.
Creo que desde los tiempos de Hitler e Idi Amín no se hablaba tan mal de un gobierno en ejercicio, y desde los tiempos de Hitler e Idí Amín también, la comunidad internacional no se mostraba tan decidida a sentar el precedente de juzgar y condenar a quienes creen que en la segunda década del siglo XXI se puede gobernar como lo hicieron los totalitarismos del pasado .
Acuérdese que tras de Hitler vinieron los Juicios de Núremberg y la legislación que posteriormente dio origen al “Tribunal Internacional de La Haya” y al “Estatuto de Roma”.
Auxiliares de la justicia global que también faculta a tribunales y jueces de cualquier país para querellarse con violadores de los derechos humanos que andan por el mundo validos de una inmunidad territorial que ya la jurisprudencia internacional acepta menos.
El caso de Augusto Pinochet con la justicia española, así como de los asesinos de las dictaduras del Cono Sur que fueron juzgados y condenados en Francia y otros países, deberían se incluidos en su agenda más próxima.
En otras palabras, señor Maduro, que la democracia y los demócratas venezolanos ya no están solos y que sus continúas violaciones de los derechos humanos, unidas al fracaso colosal del modelo de socialismo anacrónico que propugna, dejan pocas dudas de que, o es obligado por la acción conjunta de los venezolanos y la comunidad internacional a detener la catástrofe o simplemente será colocado en la lista que un días juzgó y condenó a dictadores como Charles Taylor o Slodoban Milosevic.
Acuérdese que ya no es necesario salir del gobierno para ser listado entren “los más buscados”, como lo revela el caso del “Carnicero de Damasco”, Bashir Al Assad y pronto podría reconfirmarlo otro amigo suyo, Wladimir Putin.
Dictadores que no dudan en despeñar a sus países por el abismo de la guerra civil con tal de mantenerse en el poder, o que perpetran crímenes a granel para barrer con la oposición de quienes, dentro o fuera de sus naciones, no dudan en arriesgar la vida incluso si les evitan el infierno de socialismo y el totalitarismo.
Tal intenta imponérselo Maduro al país de Bolívar que, no sólo luchó por la independencia del subcontinente, sino que también se enorgullece de una experiencia democrática de 40 años que ha sido su mejor arma para batallar sin descanso contra la dictadura