En su artículo “Reaccionar ante la tragedia venezolana”, publicado en El País de España, Jorge Castañeda advierte que en la Cumbre de las Américas a punto de celebrarse las naciones latinoamericanas, incluida Cuba, tendrán que fijar posición ante el señalamiento de Barack Obama de que el régimen venezolano representa un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos.
La estrategia de Nicolás Maduro ha sido emplear la clásica respuesta antimperialista de invocar el patrioterismo a la fuerza y la amenaza externa para justificar sus poderes especiales, la militarización del país y la represión. Acciones que buscan crear confusión y prefabricar la ilusión de que el país está resuelto a morir en el empeño de defender la patria en riesgo de ser invadida. De paso, facilitar que “opositores” que en realidad no lo son condenen la declaración de Obama ante el temor de que Maduro aproveche la agudización del conflicto para obtener ventajas determinantes en las próximas elecciones parlamentarias, o que use el conflicto para posponerlas por tiempo más o menos indefinido.
Sin la menor duda, al asumir la oposición oficial el patrioterismo artificioso y vociferante del régimen, permite que la división crezca en el corazón de ese 80% de la población que según todas las encuestas marcan a Maduro como principal culpable del gran desastre nacional y reduzca aún más la posibilidad de convertir ese malestar político y social en un voto castigo contra Maduro. O sea, que en lugar de fortalecer su obsesión electoralista, la no oposicionista dirigencia de la MUD en verdad debilita su propia opción.
No obstante, en el plano internacional, desde hace un año, la persistencia de Maduro en el disparate antidemocrático de su gestión presidencial ha venido derrumbando el muro de complicidad difusa que mantenía al régimen a salvo ante la comunidad latinoamericana y europea. Mucho más estos días, gracias a la notable influencia en la región del compromiso público de Felipe González en defensa de los derechos humanos y los valores democráticos en la Venezuela madurista. De este modo, la celebración en Panamá de la VII Cumbre de las Américas, escenario que Maduro contemplaba como una oportunidad trasnochada para acorralar a su enemigo estratégico con el apoyo de Unsasur y Alba, puede terminar siendo todo lo contrario.
Por esta razón me preguntaba la semana pasada hasta qué extremo estaban dispuestos los presidentes de América Latina y el Caribe a enfrentar a Estados Unidos por defender la supuesta soberanía amenazada de Venezuela. Y, por esta razón, la disyuntiva existencial entre la solidaridad y la conveniencia bien puede alterar la correlación de fuerzas en la región en contra de la posición maximalista de Maduro, sobre todo después de la enigmática declaración de Ernesto Samper felicitándose del ingreso del expresidente González en el escenario del conflicto venezolano. En todo caso, “gracias al aparente exceso de Obama –señala Castañeda– los grandes países de América Latina no podrán hacer la vista gorda ante la tragedia venezolana, como ha sucedido hasta ahora”. Una afirmación que coloca en primer plano el dilema terminante que le planteaba Maduro a los gobiernos de la región: o se apoya a Venezuela o al “imperio” yanqui.
Desde esta perspectiva, precisamente cuando la crisis de Venezuela ya no le permite a Maduro continuar a toda máquina su programa de beneficencia continental, buena parte de la región se verá obligada a abandonar en Panamá la cómoda posición del distanciamiento de la realidad y asumir un compromiso, el que sea y con todas sus consecuencias, sobre la democracia en Venezuela y sobre las relaciones de América Latina con Washington. A todas luces, un salto cualitativo decisivo.