El mundo del cine rendía un último homenaje este viernes a su decano, el cineasta portugués Manoel de Oliveira, fallecido a los 106 años tras una larga carrera que lo llevó del cine mudo a la era digital. por Brigitte HAGEMANN/AFP
En un último guiño póstumo, el director legó un largometraje autobiográfico inédito rodado en 1982, “La visita o Memorias y confesiones”, que será desvelado al gran público a lo largo del próximo mes de abril.
En presencia del primer ministro Pedro Passos Coelho y de numerosas personalidades de la cultura, la leyenda del cine será enterrada por la tarde en Oporto, su ciudad natal, en el norte de Portugal.
La muerte del cineasta más longevo ha suscitado una ola de emoción en el mundo del cine. Y el gobierno portugués decretó dos días de duelo nacional en homenaje a quien contribuyó a hacer brillar la cultura lusa en el resto del mundo.
“Vamos a extrañar a un gran hombre y un gran cineasta que hizo mucho por Portugal”, comentó uno de sus nietos, el actor Ricardo Trepa, llegado el jueves por la noche al velatorio que tuvo lugar en el convento de los padres dominicanos en Oporto.
El artista portugués trabajó en varias películas de su abuelo, “Je rentre à la maison” (Regreso a casa, 2001), donde Michel Piccoli encarna a un viejo actor que se interroga sobre la soledad, la muerte y la vejez tras perder a su familia.
“Rodó casi todos los filmes que quiso y logró trabajar hasta sus 106 años. Hace 15 días, todavía estaba al pie del cañón para realizar una última obra”, dijo a la prensa.
Con este último proyecto inacabado, su filme testamento sera “O Velho do Restelo” (“El viejo de Restelo”, 2014), que se inspiraba del poema épico “Las Lusíadas” de Luis de Camoes, llevando a la pantalla los grandes descubrimientos de los navegantes portugueses.
– Ritmo desenfrenado –
“Es muy difícil imaginar una vida sin la luz de Manoel de Oliveira”, reaccionó el actor norteamericano John Malkovich, otro actor fetiche de sus películas y gran amante de Portugal. “Tuvo una vida increíble, es triste verlo partir”, añadió.
“Manoel de Oliveira era muy especial, a la vez seductor y autoritario, con frecuencia encantador. Sobre todo, tenía algo de artesano, trabajaba sin cesar en sus filmes”, declaró al periódico Libération la actriz Catherine Deneuve, recordando el rodaje de “O Convento” (“El convento”, 1995).
Nacido el 11 de diciembre de 1908 en Oporto, hijo de un industrial apasionado del cine, Oliveira comenzó como figurante con 20 años en el cine mudo, antes de situarse detrás de las cámaras.
El mago del cine portugués, que realizó cerca de medio centenar de películas y documentales, rodó su primer metraje en 1931 pero produjo lo esencial de su obra después de los 60 años.
Creador desenfrenado, rodó prácticamente a ritmo de filme por año a partir de 1985, con “Le Soulier de Satin” (“La zapatilla de satén”), fresco de casi siete horas, adaptación de la obra de teatro de Paul Claudel.
Entre sus otras obras, “Non ou a Vã Glória de mandar” (“No o la vana gloria de mandar”, 1990), “A Divina Comedia” (“La Divina Comedia”, 1991), “Belle toujours” (“Siempre bella”, 2006) o “Gebo e a Sombra” (“Gebo y la sombra”, 2012).
Su obra, en ocasiones esotérica, marcada por largos planos fijos semejantes a cuadros, era percibida como hermética para el gran público, pero le valió varias recompensas, entre ella una Palma de Oro en Cannes en 2008, en homenaje a su carrera.
“Rodar es mi trabajo y mi pasión. Mi vida ha pasado demasiado rápido y no tengo tiempo que perder”, decía, desbordante de energía, hace varios años.