La ida de Eduardo Galeano me deja con cierta nostalgia. Cuando un escritor a quien le tienes aprecio se va, se produce un cambio inenarrable en la realidad. Me gustaba leer a Galeano para no estar de acuerdo con él. Jamás coincidí con su visión política. Sus libros están plagados del dogmatismo beatífico del marxismo del que el uruguayo se sentía un oficiante con licencia. Pero hay algo en ellos que los hacía respetables y hasta encantadores: estaban magníficamente escritos y eso crea un entendimiento inmediato. Su ensayo Fútbol a sol y sombra, producido con sus venas de fanático, es uno de los irrenunciables y como no podía dejar de hacer travesuras, hace gala de la denuncia de esa institución mañosa y torcida que es la FIFA.
Sobre su libro más emblemático, Las venas abiertas de América Latina, Galeano llegó a decir que estaba plagado de inconsistencias además de que no volvería a leerlo porque fue escrito sin conocer sobre economía y política. De modo que ese evangelio parroquial tantas veces citado por la feligresía rojita dejó hace mucho tiempo de tener peso y validez. Fue con ese mismo libro que salió Chávez a sorprender a Obama en un pasillo para regalárselo, debidamente traducido al inglés, en un gesto atentísimo del presidente venezolano. Algún día se tendrá que escribir sobre esas cumbres de pasillo, delicia de nuestros populistas criollos. Serán muy anti yanquis ellos pero nada los emociona más que una reunión, así sea breve, con los representantes del Imperio.
La América Latina se tomó en serio ese libro arterioesclerótico y obstruido. La retórica socialista se impone: el Politburó del Alba, Kirchner, Evo, Ortega, Correa y el local, manejan una guagua que va en reversa como en la canción de Juan Luis Guerra. Tanto así que Raúl Castro parece el moderado. Adiós don Eduardo, tenga usted muy buen viaje que aquí lo seguiremos recordando con discrepancia y afecto.
@kkrispin