Las imágenes en blanco y negro de Jorge Luis Borges, Miguel de Cervantes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, cual custodios de una especie en extinción, rodean las pilas de libros nuevos y antiguos en una pequeña librería en el centro de Buenos Aires, donde los libreros resisten pese a las crisis económicas y a las nuevas tecnologías.
La capital argentina es la ciudad con más librerías en el mundo en relación al número de habitantes, según un estudio reciente del Foro Mundial de Ciudades Culturales, una red de colaboración de grandes ciudades que comparten la creencia en la importancia de la cultura para el desarrollo.
Buenos Aires, con una población de 2,8 millones, cuenta con 25 librerías por cada 100.000 habitantes, bastante por encima de Londres, París, Madrid, Moscú y Nueva York, entre otras.
“El libro nos representa como el tango. Tenemos una cultura muy arraigada al papel”, destacó Juan Pablo Marciani, gerente de El Ateneo Gran Splendid, considerada la librería símbolo de la ciudad por el atractivo que provoca su adaptación de un viejo teatro de 1919.
El mapa literario de la ciudad se compone de unas 734 librerías. Entre ellas están las atendidas por generaciones de una misma familia que le dan batalla a las grandes tiendas propiedad de las mismas editoriales. También hay medio centenar de librerías de libros usados y antiguos, únicas de su tipo en América Latina.
“Desde el siglo XIX para acá Buenos Aires siempre fue una ciudad de libros. A pesar de que la imprenta llegó más tarde que a otros países de Latinoamérica. El atraso que teníamos era enorme”, explicó Alberto Casares, dueño de la librería del centro que ofrece textos antiguos y modernos desde hace 40 años.
La tendencia comenzó a revertirse con la primera ola inmigratoria proveniente de Europa a fines del siglo XIX. Durante la “belle époque” hubo también una elite social porteña que se nutrió de libros en sus viajes de placer al Viejo Continente. Y durante la Guerra Civil española, editores y escritores se refugiaron en Buenos Aires y dieron fuerte impulso a la industria cultural.
“Ese yacimiento de libros da la base para que existan tantas librerías”, acotó Casares bajo la mirada congelada de una fotografía de Borges, su autor favorito. En los altos estantes de madera de su tienda, el librero atesora rarezas como una edición francesa del poeta español Garcilaso de la Vega de 1650 o un libraco de cantos gregorianos sobre papiro que data de 1722.
Históricamente, Argentina ha fomentado la industria editorial con beneficios impositivos. Los libros no tributan IVA ni ingresos brutos.
En la última década hubo un aumento sostenido en la producción de libros de edición argentina. En 2014 se alcanzó la cifra récord de 28.010 títulos registrados y cerca de 129 millones de ejemplares editados, según la Cámara Argentina del Libro.
Las librerías han resistido las sucesivas crisis económicas que afectaron al país sudamericano y más recientemente las restricciones a las importaciones de libros impuestas por la escasez de divisas. Pero los libreros enfrentan ahora nuevas amenazas: e-books, tabletas y smartphones.
Todavía el uso de estos dispositivos no es masivo: menos del 10% de los 1,2 millones de personas que visitaron la Feria del Libro de Buenos Aires en 2014 dijeron que los usan para leer. Los argentinos, además, deben pagar un impuesto de 35% por compras en el exterior a través de plataformas como Amazon.com.
“El mayor problema lo tenemos con las nuevas generaciones, cuando todos los chicos en las escuelas usen textos solamente en pantalla. Los aleja del papel. Cuando te separás de la realidad del papel es muy difícil acercarte a él y es posible que no adquieran ese placer”, apuntó Lucio Aquilanti, propietario de la librería Fernández Blanco, abierta desde 1939 y que ofrece ejemplares únicos de historia argentina y latinoamericana.
El desafío exige nuevas estrategias para atraer lectores.
“Nunca vi un lugar parecido”, exclamó el brasileño Thiago Da Silva, mirando a su alrededor en el amplio hall central de El Ateneo Gran Splendid. Sobre su cabeza se erigía una cúpula de 20 por 20 metros (65,6 por 65,6 pies), pintada en óleo por el artista Nazareno Orlandi en 1919, con una alegoría sobre la paz al final de la Primera Guerra Mundial.
La librería conserva la fisonomía original del teatro y del cine que allí funcionaron hasta hace unas décadas, incluso los palcos, que ofician de espacio de lectura. La excepción es el escenario, adaptado como bar, donde se puede beber café y comer pasteles mientras se lee un libro.
“La idea es que la gente esté cerca de los libros, que pueda leer lo que quiera sin necesidad de comprarlo”, detalló Marciani, el gerente.
Un promedio de 7.000 personas por semana visitan El Ateneo, que según el diario inglés The Guardian es la segunda mejor librería del mundo después de la Boekhandel Selexyz Dominicanen en Maastricht, Holanda.
Para el librero Aquilanti, “los libros comprados por internet no tiene anécdota. Siempre va haber gente que tenga una sensibilidad por el perfume del papel, el olor de las hojas al darse vuelta”. AP
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