En otro de sus usuales arranques frenéticos el usurpador nos asegura tener ya previstos los lugares de reclusión a donde piensa enviar a unos cuantos ciudadanos, cuyos nombres no revela, pero de quienes nos asegura que son responsables de la guerra económica desatada contra Venezuela.
El usurpador también refunfuña porque cada vez son más las manifestaciones que se producen en contra de las arbitrarias detenciones de sus adversarios políticos, por la violación de los derechos humanos que su gobierno ha convertido en política de estado; y por la circunstancia de que muchas personas que gozan de un reconocimiento en la comunidad internacional del cual él carece, se manifiestan preocupados por la desaparición de la democracia en Venezuela.
Cuando hace uso de la palabra tiene uno la impresión de que el usurpador se siente acosado. Sus actos y sus palabras reflejan el estado de ánimo de quien está en una trinchera disparando a todo lo que se mueve a su alrededor. Ese estado de ánimo se conoce como miedo. ¿Qué teme? ¿A quién teme? ¿Por qué teme?
Teme por supuesto, perder el poder. Ese temor lo impulsa a disparar creyendo que así lo puede preservar, porque no se da cuenta que ya lo perdió; y ese accionar incrementa tanto en el entorno nacional como en el internacional el repudio. El poder es imán, atrae. El repudio, rechaza, aleja.
¿A quién teme? Ya quisiera saberlo yo y quizá también él. Pudiéramos decir que teme hasta su sombra. En realidad, de modo similar a lo que ocurre con el poder, con el temor pasa que no están afuera los sujetos, ni los objetos temidos. El temor toma posesión del alma y como consecuencia todo lo que está afuera puede representar el odiado elemento que le quita el poder.
¿Por qué teme? Es la única pregunta que tiene una respuesta sencilla. Porque tiene miedo. Es decir, si el miedo toma posesión de ti, ya no eres tú, sino el miedo quien actúa por ti.
Una mente de mediana capacidad sabe que tanto el lugar de reclusión como el nombre de quien será recluido lo dicta el juez. Anunciarlo es reafirmar la desaparición de la democracia cuya denuncia le irrita; y es por lo tanto incrementar la crítica, que es el fantasma que lo perturba y al cual teme. Cuando el difunto que le precedió ordenaba prisiones y confiscaciones se le notaba arrogante y desafiante, pudo tener miedo y por eso querría aniquilarnos, pero no lo dejaba traslucir. Ahora es evidente, es patético.