Este es un gobierno golpista. No solo por sus orígenes en los fracasados intentos de febrero y noviembre de 1992, sino por el manejo de las instituciones después del triunfo electoral en 1998. Sin embargo, no me voy a detener en los innumerables atentados a la constitución porque ese no es el objeto de estos artículos.
El gobierno desarrolla una estrategia publicitaria donde se habla permanentemente de un golpe ‘en gestación’. Esto no es extraño. La historia de Venezuela está llena de ellos desde Carujo hasta los fracasados golpes del 92. Lo que sí es llamativo es cómo los cuarenta años de gobiernos civiles que antecedieron al chavismo, impregnaron de tal modo a la sociedad civil, que prácticamente todos sus voceros en prensa, radio y televisión cuando declaran sobre el necesario cambio de gobierno, se ven obligados a aclarar que será por vías constitucionales y mediante el voto.
Uno debe preguntarse el porqué de tales aclaratorias. Es como si se temiera ser incriminado por el gobierno, en uno de esos golpes de novela. Yo no me involucro, ni me involucraré, primero, porque un golpe implica el uso de armas y nunca he disparado un tiro, ni estoy en edad de aprender a hacerlo; y segundo y principal, porque nadie que planee un golpe va a buscar a un septuagenario que no sabe disparar.
¿Qué pasa si se produce un golpe? Todo ciudadano investido o no de autoridad tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento efectivo de la vigencia de la constitución. El gobierno sabe de sus acciones encaminadas a restarle vigencia efectiva a la constitución; y por eso sabe que le ha abierto espacio a cualquiera que pueda invocar que pretende restablecer su efectiva vigencia. Allí está la razón por la cual el gobierno reclama de la oposición y obtiene de muchos opositores, no de mí que no hago profecías, la declaratoria de que el cambio de gobierno solo será “mediante el voto”. Los civiles no tenemos parte en las vías de hecho, que son acciones de armas. Ni tenemos que andar dando declaraciones sobre lo que no ha ocurrido.