Aunque la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, despachó el boicot con que bandas del partido oficialista recibieron la visita a Caracas de un grupo de senadores que quería encontrarse con Leopoldo López en su sitio de reclusión, diciendo que “pediría explicaciones al gobierno de Maduro”, no hay dudas que las auténticas repercusiones del incidente se harán sentir en el universo opositor brasileño, cuya poderosa clase media, no es solo que está dispuesta a arrollar al PT y sus candidatos en las urnas, sino a exigir la aplicación de un “impeachment” o destitución a la jefa de Estado en cuanto llegue al foso en su caída electoral.
No se trata de una ilusión de las tantas que ciegan a las oposiciones democráticas en sus enfrentamientos con los regímenes populistas de la región, sino que, IBOPE (Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística) -la más importante firma encuestadora del país-, situó en abril en un 12 por ciento el índice de aprobación para una mandataria que tres meses antes, en enero, había iniciado su mandato con un 41 por ciento de respaldo.
Otras dos encuestadoras, MDA y Datafolha, en resultados del mes de marzo, traían también números desesperantes para la heredera de Lula Da Silva, puesto que, la primera le daba a apenas un apoyo del 10 por ciento, mientras la segunda lo movía un poco, pero solo hasta el 13, 8 por ciento.
“Cabe recordar que el resultado de este miércoles es el peor índice de popularidad de un presidente en Brasil desde que en 1992 el expresidente, Fernando Collor de Mello, alcanzase un rechazo del 68% en vísperas de su impeachment o destitución” escribía para la agencia de noticias “Reuters” el periodista, Ueslei Marcelino, y en efecto, un examen de la situación política y económica de Brasil pasados los dos primeros años del gobierno del magnate de las comunicaciones y periodista, nos conduce a la conclusión de que, en muchos trazos, pinceladas y matices anticipó lo que 22 años después podría sucederle a Dilma Rousseff.
Dilma, al igual que Collor, también recibió el mandato de que hiciera realidad el milagro -siempre prometido y nunca cumplido- de que Brasil se soltara las amarras del subdesarrollo, del tercermundismo y el estatismo y ocupará ¡al fin! el sitial que debería corresponderle como un país con una riqueza mineral y agropecuaria incomparable, una extensión territorial de 8.515.767 km2, y una población de 200 millones de habitantes.
Pero la dirigente del PT -de la misma manera que el fundador del “Partido de la Reconstrucción Nacional” con su fallido modelo neoliberal y de economía de mercado-, se perdió en la implementación de un modelo populista y socialista que, al no acometer las urgentes reformar que el país reclamaba en legislación laboral, aduanera e impositiva, al no proceder a atacar los déficits en servicios públicos, infraestructura y seguridad social, terminó profundizando los males que pretendía corregir.
Para colmo, los días de Dilma, como los de Collor, han sido los de la más grande corrupción en la historia de Brasil con, prácticamente, la burocracia, los empresarios “camaradas”, y los dirigentes políticos y sindicales oficialistas gritando “al asalto” de los dineros públicos y engrosando en meses cuentas mil millonarias en dólares que los han colocado en la lista de los “ricos y famosos” del mundo.
Un nombre Paulo César Farías emblematizó los diversos antros de la corrupción de Collor y 20 años después, otro nombre, Marco Aurelio, García, los globalizó como un agente ideológico que corrompía a Brasil, mientras se hacía cobrar a precio de oro el apoyo de “gigante” a las satrapías “socialistas” del Caribe y América del Sur.
Para terminar los parecidos, también en los días de los neoliberales y los populistas, Petrobras, ha sido la vaca lechera a ordeñar con sus recursos transferidos en bruto a capitalistas y revolucionarios, ya en dividendos, ya en comisiones, ya en contrataciones amañadas, sobrefacturación y subfacturación, endeudamiento, y mercadeo puro y simple de oportunidades surgidas en el siempre caliente mundo del negocio petrolero.
Collor, sin embargo, nació, creció y desapareció en las celebraciones y duelos por la desaparición del socialismo, el comunismo y la Unión Soviético y, como fiel devoto de la economía abierta, competitiva, privada y de mercado, vivió su tragedia lo más alejado posible de cualquier veleidad por el marxismo, el estatismo y el paternalismo.
Dilma Rousseff, en cambio, es una cofundadora de esa versión actualizada del populismo brasileño que es el “trabalhismo”, heredera del tutti de capi, Lula da Silva, el cual, puso todo el peso de su carisma para que resultara electa presidenta y cuyas recetas ha seguido al pie de la letra, y podría decirse que hasta enriqueciéndolas y mejorándolas.
Estas podrían resumirse en el rescate del sueño imperial del “gigante”, de sus ínfulas de medirse entre los grandes y superpoderosos del planeta, pero dotándolo, ahora, de tufo socialista y populista y fundamentándolo en un distanciamiento de los centros de poder capitalistas y democráticos y acercándolo a los poderes emergentes de signo autoritario y de democracia restringida, como podría patentizarse en su pertenencia y casi rol protagónico en el grupo -hoy casi desaparecido- de los “BRIC” (Brasil, Rusia, India y China).
Conteste con ello, alianza fuerte con el retrosocialismo latinoamericano surgido a raíz de la irrupción del neomilitarismo de Hugo Chávez el 4 de febrero del 92 y, al cual, se sumaron, en orden de aparición, los vetustos dictadores cubanos, Raúl y Fidel Castro, los esposos Kirchner de Argentina, Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador y Daniel Ortega de Nicaragua.
Y así, con tal peso muerto, el siempre adolescente y nunca adulto “gigante”, se ha convertido en un peón de una cáfila de neodictadores latinoamericanos que lo han tomado como su referencia, y no pocas veces, como su perro de presa, a la hora de justificar sus violaciones de los derechos humanos, desaparecer la independencia de los poderes y restaurar el absolutismo monárquico y dinástico en la región.
El Brasil de hoy, el de Lula y Rousseff, no es sino otro país tercermundista más que ha acentuado su dependencia de las materias primas, sin una industria pesada, liviana y manufacturera con presencia en los mercados mundiales, fuera de los productos de última generación tecnológica de la high-tech, casi autárquico en sus débiles relaciones con las económicas débiles del Mercosur, y asociado a los llamados gobiernos peligrosos del globo, como Maduro en Venezuela, los hermanos Castro en Cuba, Putin en Rusia, Rouhaní de Irán y Xi Jinping de China.
De esos polvos vienen los lodos, por los que, un grupo de senadores brasileños que visitaron Venezuela el jueves pasado para informarse de la suerte de los presos políticos de la dictadura de Maduro, fuera atacado por una pandilla de fanáticos maduristas en la autopista que conduce del aeropuerto a Caracas, se les conminara regresar a su país, y al fin, embarcados en un avión de regreso a casa.
En otras palabras: que el encuentro de la opinión pública y de la oposición brasileñas con el estado forajido de Cabello y Maduro, tolerado y apoyado por Lula y la Rousseff, sin duda que para incorporarlo a su patio trasero imperial y contribuir al expolio de las riquezas venezolanas, pero también, para aparecer como un “gigante” torpe que en la segunda década del siglo XXI, se aleja de los grandes centros de la economía y la tecnología mundiales, para permanecer como una sociedad de productividad y eficiencia precarias, condenado a depender de las exportaciones de materias primas.
Sujeta, por tanto, al vaivén del costo de las materias primas que, en cuanto ruedan hacia abajo, dejan a los exportadores en crisis recurrentes frente a las cuales lo menos que se visualizan son los milagros.
Y con malos socios, y peores alianzas, como esta de Lula y Dilma Rousseff con Chávez, Maduro y Cabello, que al percibir que el “gigante ” es un autoritario tercermundista más, no solo no le pagan las deudas, sino que lo hacen quedar como un enano ante América y ante el mundo.