La importancia de las recientemente anunciadas elecciones para la Asamblea Nacional ha sido enfatizada en todos los tonos posibles tanto por lo voceros de la alternativa democrática, especialmente la MUD, como por los amigos de la democracia venezolana en todo el mundo. La visión del voto como un instrumento para el cambio pacífico está profundamente enraizada entre los venezolanos y ello explica, al menos parcialmente, el que, a pesar de todos los abusos y violaciones a la Constitución que la oligarquía chavista ha cometido en estos 15 años de desgobierno, el acto electoral siga teniendo un sitio central en la estrategia opositora.
A estas alturas, y vista la pérfida y retorcida conducta del régimen, es necesario valorar que la visibilidad internacional de la huelga de hambre de Leopoldo López y del grupo de estudiantes que se le unieron, jugó un papel esencial en torcer la mano del gobierno y del CNE y obligar a este organismo a fijar una fecha para los comicios. Como yo he insistido en muchos de mis artículos, la batalla por la recuperación de la libertad y la democracia en Venezuela necesita de todos los líderes de la oposición y todas las organizaciones ciudadanas unidas. Pero sería ruin y mezquino no reconocer en este momento la importancia del sacrificio de López, quien ha demostrado su valentía y decisión, aún a costa de su seguridad personal, para enfrentar a la autocracia que gobierna a Venezuela.
Pero tener una fecha para las elecciones es tan sólo un paso en esta carrera de obstáculos en que el gobierno ha transformado lo que debería ser un proceso normal garantizado en la Constitución. Pero la revolución inventa sus propias reglas y el prospecto de perder unas elecciones decisivas para su proyecto político ha puesto al chavismo en un disparadero de consecuencias impredecibles. Si continúan en la senda electoral a la que se han apegado durante años para mantener un velo de legitimidad ante la comunidad internacional pueden, en su óptica, perderlo todo. Por otro lado, cualquier intento de promover la violencia y generar una situación excepcional de orden público que le proporcione al gobierno una excusa para suspender las elecciones por vía de estado de excepción, o cualquier otra triquiñuela para-constitucional en las que el régimen ha demostrado gran maestría, serán vistas internacionalmente como lo que son: un intento desesperado del gobierno por ocultar que ha perdido irremisiblemente el apoyo del pueblo.
Pero a pesar del conflicto que le genera al gobierno la posibilidad de perder las elecciones, la oposición tampoco las tiene todas consigo. En primer lugar, es imprescindible terminar de dar respuestas claras y contundentes a los votantes incrédulos y desconfiados dentro de las propias filas opositoras acerca de los mecanismos de defensa del voto: antes, durante y después de las elecciones. Ello incluye, por supuesto, las garantías sobre el registro electoral, la observación internacional y la presencia de testigos en todas las mesas hasta que se complete la transmisión de resultados y se emitan las actas. Incluye también una campaña específica sobre un elemento muy destructivo para la confianza opositora que es el tema del fraude electrónico, el cual nadie ha podido demostrar pero que sigue apareciendo como un ingrediente especialmente deletéreo porque plantea en el elector la duda sobre la eficacia del voto. Insistir en que el fraude más importante, que es la usurpación de identidad en las mesas, puede ser prevenido con una vigilancia efectiva del acto electoral, es vital.
Pero aquí no terminan las cosas para la oposición, La MUD y el liderazgo opositor tienen que discutir y plantear lineamientos claros para que la defensa del voto se transforme también en un acto ciudadano. Ya es tarde para discutir que las primarias opositoras debieron ser un acto de votación universal porque ello contribuía a movilizar a la gente. La propuesta que ha comenzado nuevamente a circular de acudir a las elecciones con una tarjeta única de la unidad debe ser valorada no como un acto de oportunismo de los partidos, sino como una decisión que puede promover la participación. Por último, pienso que no debe descartarse pedir el regreso en la tarde del día de las elecciones de los votantes a los centros de elecciones. La presencia de la gente en los centros puede terminar por ser un elemento de disuasión importante para la tentación de hacer trampas y, al mismo tiempo, convertir este acto decisivo de defensa de la democracia en un evento histórico donde el pueblo vote y defienda su voto.
En esta larga lista de cosas por hacer, algunas de ellas tareas de rutina y otras que involucran decisiones políticas importantes, no se puede descuidar el asunto de una eventual transición a la que se le puede abrir la puerta si el resultado de las elecciones es, como se predice, desastroso para el gobierno. Como mucha gente ha insistido, no hay salida al hueco en que está metida Venezuela sin la participación de un sector del chavismo, el que todavía preserva alguna fibra democrática. La necesidad de crear puentes en esa dirección y de abrir espacios a votantes que desertan de los espacios chavistas, pero que no se reconocen en la MUD, es también esencial.
Las elecciones parlamentarias de 2015 son de importancia histórica porque tienen el potencial para cambiar de manera sustancial el balance del poder, inclusive abriendo la puerta para que se produzca la renuncia de Maduro por pérdida de sustento político y permitiendo así que se despeje una transición constitucional en Venezuela. Esa posibilidad la entiende con claridad el chavismo y ya es tiempo de que nosotros actuemos en consecuencia. Para ello no hay sustituto a una dirección política que sea capaz de conciliar la respuesta electoral con el activismo ciudadano.