Quedará en la historia el hermosos gesto del presidente de Bolivia, nación que le debe su existencia política, al ofrecerle nombrarlo Embajador en la capital del orbe cristiano, el Vaticano, para que pueda abandonar América dignamente.
De Cartagena se desplaza a Santa Marta, el 1 de diciembre de 1830 y comienza a ser asistido por el médico francés Alejandro Próspero Reverend, en la Hacienda San Pedro Alejandrino. El primer hombre de Suramérica sin las vanidades de este mundo, recibió los consuelos de la religión, se confesó, recibió el sacramento de la unción de los enfermos y comulgó. El Obispo Dr. Esteves y el General Mariano Montilla, su fiel amigo hasta el final, lo asisten extraordinariamente, Bolívar piensa en un momento que no está tan enfermo; ese ser enérgico se pasea en desasosiego y en una lucha interior con sus ideas, pero su grandeza de alma lo hace aceptar que la religión tranquiliza y fortalece ante cualquier adversidad.
Dicta su última Proclama y enfatiza la parte de…. yo bajaré tranquilo al sepulcro. Al respecto insiste: Sí el sepulcro…. Es lo que me han proporcionado mis conciudadanos, pero yo los perdono, siempre magnánimo, y agrega que ojalá pudiera llevarse consigo el consuelo de que permanezcan unidos.
En su testamento expresa que hallándose gravemente enfermo, pero en su cabal juicio, creyendo y confesando el misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, encomienda su alma a Dios, que de la nada la creó y el cuerpo a la tierra de que fue formado.
Todos estos detalles muy bien documentados se encuentran en el reciente libro “La Devoción a la Virgen de los Próceres de la Independencia: Belgrano, San Martín, O’Higgins, Ribas, Bolívar, Sucre y otros”, del presbítero Ramón Vinke.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
@JulioCArreaza