Empero, en nuestro caso la historia es otra. Tenemos un descalabro económico que aún no sabemos de qué magnitud por la oscuridad con que el régimen chavista “maneja” la economía; un Banco Central que esconde las cifras del comportamiento económico, que son necesarias para que los agentes económicos puedan desenvolverse adecuadamente.
Pero los mercados igual tienen que construir expectativas que permitan reducir los niveles de incertidumbre. Si se toma el indicador de riesgo país que en el caso venezolano es más elevado que el de Grecia; un país que incluso entró en default; tenemos, que para los inversionistas el riesgo de que entremos en default se estima muy elevado. Por razones harto conocidas: el fin del ciclo expansivo de los precios del petróleo, nuestra principal industria PDVSA, que proporciona el 96% de las divisas se encuentra en unos niveles de franco proceso de deterioro, una estimación del FMI de caída del producto del orden del 7%, la virtual destrucción del aparato productivo público y privado, una inflación estimada entre 120% y 170% al final del año y una reducción estrepitosa del nivel de las Reservas Internacionales, compone un cuadro extremadamente grave de incertidumbre reflejada por el indicador de riesgo país.
Pero lo anterior no es ni de lejos lo más grave. Lo es el hecho de que el régimen no reconoce la gravedad de la situación y su responsabilidad en la misma, el que la situación calamitosa de la economía es provocada por una gestión absurdamente disparatada con objetivos imposibles, que se expresa con toda claridad en el extravío absoluto en la política cambiaria y en la destrucción deliberada en la conducción del aparato productivo: expropiaciones, leyes laborales totalmente desalineadas con cualquier concepto de eficiencia y productividad, una para-fiscalidad confiscatoria y por ende desestimulante de la actividad productiva. Ignorar el carácter dramático de una mala gestión de la economía para refugiarse es consignas políticas como la de la guerra económica o en supuestas conspiraciones contra la “revolución”, ha exacerbado los niveles de polarización.
Por todo lo anterior no comparto la tesis de que bastaría con hacer unas cuantas reformas económicas, por muy importantes que sean, como por ejemplo la unificación del cambio para que esta economía resurja. La peor manifestación de la crisis es la pérdida absoluta de la confianza que es correlativa de una evaporación de toda expectativa de positiva sobre el posible desenvolvimiento de la economía, y esta perspectiva se fundamenta en un comportamiento de los precios que comienza rápidamente un ascenso casi indetenible hacia la hiperinflación, impulsada por el déficit fiscal y consecuentemente una alta monetización de ese déficit, con el desplome escandaloso de las Reservas Internacionales. Es por ello que los cambios que hay que realizar comienzan a nivel de la formación de una nueva voluntad política, que pueda recuperar la confianza en la economía del país y revertir las expectativas desastrosas que hoy imperan en el ánimo del inversionista y de la población toda, 87% de los venezolanos considera que esta economía va mal. Que pueda asumir la situación con responsabilidad; en primer lugar, poner las cuentas claras para saber cuál es la verdadera realidad de nuestra situación, para luego diseñar y poner en marcha un programa de ajustes económicos e institucionales, que permitan en el mediano y largo plazo la recuperación de la economía, la estabilidad institucional y avanzar en la recuperación democrática del país. Sin recuperación institucional y sin fortalecimiento de la democracia no habrá para este país posibilidades ciertas de recuperación económica.
Pedro Vicente Castro Guillen @pedrovcastrog