En plena madrugada es normal ver la emergencia del hospital Luis Razetti de Barcelona repleta. Hay gente sentada en cada espacio disponible, familiares que se niegan a salir y pacientes que ocupan hasta los pasillos pidiendo a gritos ser atendidos con prioridad. Pocas veces falta una colecta entre los médicos para conseguir en la farmacia más cercana algún insumo que ya no tenga el centro asistencial, reseña El Tiempo.
“Cuando hay el tratamiento, no hay yelcos para colocarlo; si hay guantes, no hay gasas, y así. A veces tenemos que salir alguno de nosotros a comprar hasta solución fisiológica. Recuerdo que una noche, de esas típicas, había gente esperando su turno y varias emergencias quirúrgicas en curso y una señora tenía un fuerte dolor a causa de un problema de colon. Se le indicó prednisona pero no había. Como siempre, se le dio el récipe al familiar para que fuera a comprarlo. Al rato, pasé con la señora y noté que tenía varios frascos de medicina que estaba usando. Consiguió prednisona, pero veterinaria. Uno se muere de vergüenza cuando la carestía de este país te hace recurrir a cuestiones tan antiéticas, pero la necesidad obliga y si hay algo que se hace en el Razetti es resolver”.
A juicio de quien cuenta esta historia, un estudiante del 12º semestre de Medicina que suele asumir guardias voluntarias en la institución, la premisa es solucionar desde lo más urgente hasta lo más sencillo, aunque se trabaje muchas veces con las uñas.
En este nosocomio terminan todos los casos que superan en capacidad al resto de la red sanitaria de Anzoátegui. Y es allí donde se inicia uno de los problemas a los que el joven hace referencia.
“Recibimos muchos casos que debieron ser tratados en cualquier ambulatorio o CDI cercano al paciente, pero que por desconocimiento de él mismo o por deficiencias del centro, terminan sumándose a los casos que agotan los recursos de un hospital pensado para emergencias mayores”.
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