En 1997, el ministerio de Relaciones Exteriores, me invitó a dar un ciclo de conferencias, a propósito del 24 de julio, en Trinidad y en la República Cooperativa de Guyana. Nuestra embajada en Trinidad la ejercía con lujo Efraín Silva y la representación ante la Comunidad de Estados Caribeños, el recordado embajador Simón Molina Duarte. Dos señores diplomáticos de una cancillería que defendía los mejores valores de Venezuela y su democracia. Cuando la directora de Relaciones Culturales del MRE, Milagros Puig, me cursó la invitación no me preguntó sobre mi orientación política ni si simpatizaba con el presidente Caldera o si contaba con carnet del chiripero. Tampoco me fijó unos lineamientos para mi conferencia ni me increpó sobre mi patriotismo ni lo que yo pensaba del Libertador Simón Bolívar. Es decir: yo fui y dije lo que creía sin libretos a la medida ni apuntadores.
El viaje de Puerto España a Georgetown atendía a una dimensión novedosísima: podría tratarse de un vuelo entre Lahore e Islamabad por la composición pluriétnica de los pasajeros. Llegué a Guyana y la primera impresión es que la selva y el río te rodean por todos lados. Georgetown más que una ciudad parece un campamento selvático: un pueblote grande perdido entre las brumas coloniales de la historia. Tres meses antes de mi conferencia habían inaugurado un restaurante de comida china de cierta presencia y mí anfitrión, el agregado cultural Tovar, me contó que las mujeres iban al establecimiento de traje largo porque se trataba de todo un acontecimiento. Las lumpias eran celebradas con gran formalidad. En el hotel donde me alojé, el adorable Cara Lodge, parecía que de un momento a otro, llegaría algún funcionario británico del secretariado colonial. Guyana parecía vivir un tiempo muy diferente al de nuestras prisas occidentales. Claro, estamos hablando de 1997, y hasta nosotros hoy hemos lanzado a Venezuela de regreso a la prehistoria.
La conferencia se retrasó una hora porque se me informó que Janet Jagan, marxista nacida en Chicago y presidente de la República Cooperativa iba a asistir, hecho que no ocurrió. Muchos de los actos de la representación diplomática venezolana, era usual que se celebraran en el propio palacio presidencial. Parecían tiempos de amistad pese al diferendo histórico causado por los incorregibles depredadores ingleses. Lo que sí estaba en el ánimo colectivo de los modestos guyaneses era pensar que Venezuela podría ser un país agresor. Con todo el que hablé le aclaré que éramos la única nación del hemisferio que jamás había tenido una guerra con sus vecinos. Que no pensábamos nunca comportarnos de otra forma.
@kkrispin