Nuestra visita fue un poderoso recordatorio de que los agricultores más pobres del mundo viven en la cuerda floja y sin redes de seguridad. No tienen acceso a semillas mejoradas, fertilizantes, sistemas de riego y otras tecnologías beneficiosas, como los agricultores de los países ricos, y tampoco tienen aseguradas sus cosechas para protegerse contra las pérdidas. Un solo golpe de mala suerte –una sequía, una inundación o una enfermedad– es suficiente para hacerlos caer más profundamente en la pobreza y el hambre.
Ahora el cambio climático va a sumar una nueva clase de riesgo a su vida. El aumento de las temperaturas en los próximos decenios provocará importantes perturbaciones en la agricultura, en particular en las zonas tropicales.
Los cultivos no crecerán por culpa de la escasez de agua o del exceso de ella. Con un clima más caluroso, las plagas prosperarán y destruirán las cosechas.
También los agricultores de países más ricos experimentarán cambios, pero cuentan con los instrumentos y los apoyos para gestionar esos riesgos. Los agricultores más pobres del mundo acuden al trabajo todos los días y en la mayoría de los casos con las manos vacías. Ésa es la razón por la que, de todas las personas que padecerán las consecuencias del cambio climático, ellos son los que probablemente sufrirán más.
Los agricultores pobres sentirán las duras consecuencias de esos cambios precisamente cuando el mundo necesitará su ayuda para alimentar a una población en aumento. Se espera que de aquí a 2050 la demanda mundial de alimentos aumente un 60 por ciento. La disminución de las cosechas pondría en jaque el sistema mundial de alimentos, aumentaría el hambre y erosionaría los enormes avances que el mundo ha logrado en el último medio siglo en su lucha contra la pobreza.
Soy optimista, en el sentido de que, si actuamos ahora, podemos evitar las peores repercusiones del cambio climático y alimentar al mundo. Hay una necesidad apremiante de que los gobiernos inviertan en nuevas innovaciones en materia de energía limpia, reduzcan espectacularmente las emisiones de gases causantes del efecto de invernadero y frenen las altas temperaturas. Al mismo tiempo, debemos reconocer que ya es demasiado tarde para detener todos los efectos de unas temperaturas más altas. Aun cuando el mundo descubriera la semana que viene una fuente de energía limpia y barata, haría falta tiempo para abandonar los hábitos de utilización de los combustibles fósiles y pasar a un futuro sin carbono. Ésa es la razón por la que reviste importancia decisiva que el mundo invierta en medidas encaminadas a ayudar a los más pobres a adaptarse.
Muchos de los instrumentos que necesitarán son totalmente básicos, cosas que necesitan, en cualquier caso, para producir más alimentos y obtener más ingresos: acceso a la financiación, semejillas mejores, fertilizantes, capacitación y mercados en los que puedan vender lo que cultivan.
Otros instrumentos son nuevos y están adaptados a las necesidades impuestas por un clima cambiante. La Fundación Gates y sus socios han cooperado para crear nuevas variedades de semillas que crezcan incluso en épocas de sequía o inundaciones. Los cultivadores de arroz que conocí en Bihar, por ejemplo, están cultivando ahora una nueva variedad de arroz –apodado arroz “submarinista”– que tolera las inundaciones y puede sobrevivir dos semanas bajo el agua. Ya están preparados para el caso de que los cambios de las tendencias climáticas provoquen más inundaciones en su región. Se están creando otras variedades de arroz que pueden resistir la sequía, el calor, el frío y problemas del suelo, como la contaminación salina.
Todas esas medidas pueden transformar vidas. Es muy común ver a esos agricultores duplicar o triplicar sus cosechas y sus ingresos cuando tienen acceso a los avances que los agricultores del mundo rico dan por sentados.
Esa nueva prosperidad les permite mejorar su dieta, invertir en sus explotaciones y enviar a sus hijos a la escuela.
Además, gracias a ella su vida no pende de un hilo, lo que les infunde sensación de seguridad aun cuando tengan una mala cosecha.
También habrá amenazas del cambio climático que no podamos prever. Para estar preparado, el mundo debe acelerar las investigaciones sobre semillas y apoyos para los pequeños agricultores. Una de las innovaciones más apasionantes para ayudar a los agricultores es la tecnología de los satélites. En África, los investigadores están utilizando imágenes por satélite para confeccionar mapas detallados de los suelos, que pueden informar a los agricultores sobre las variedades más apropiadas para su tierra.
Aun así, una semilla mejor o una nueva tecnología no pueden transformar la vida de familias de agricultores hasta que no lleguen a sus manos. Varias organizaciones, incluido un grupo sin ánimo de lucro llamado One Acre Fund, están buscando formas de lograr que los agricultores se beneficien de esas soluciones. One Acre Fund coopera estrechamente con más de 200.000 agricultores africanos, brindándoles acceso a la financiación, los instrumentos y la capacitación. Se proponen llegar, de aquí a 2020, hasta un millón de agricultores.
En la Carta anual de este año, Melinda y yo apostamos por que África podrá alimentarse en los quince próximos años. Aun con los riesgos del cambio climático, es una apuesta que mantengo.
Sí, los agricultores pobres lo tienen difícil. Sus vidas son rompecabezas con muchas piezas que colocar correctamente: desde plantar las semillas adecuadas y utilizar el fertilizante correcto hasta obtener capacitación y disponer de un lugar donde vender su cosecha. Si una sola pieza falla, su vida puede venirse abajo.
Yo sé que el mundo tiene lo que hace falta para contribuir a colocar las piezas en su lugar a fin de afrontar las amenazas a que están expuestos actualmente y las que afrontarán en el futuro. Lo más importante es que sé que los agricultores también lo tienen.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Publicado originalmente en Project Syndicate