Aterrizó en el poder con la popularidad de una estrella. Por dondequiera que pasara, los ciudadanos le aclamaban al grito de ‘Alexis, Alexis’. En el escenario político europeo, el éxito popular del flamante primer ministro griego Alexis Tsipras, en cambio, provocó cuando menos recelos.EFE
Ocho meses después, los ciudadanos tienen que acudir por tercera vez a las urnas y el encanto del líder de Syriza ha empezado a resquebrajarse a golpe de promesa incumplida.
Lejos queda la imagen del diablo que sacaría a Grecia de la eurozona o la convertiría en una Corea del Norte más que pintaba la oposición conservadora, liderada entonces por el primer ministro Andonis Samarás.
En los siete meses que duró su Gobierno, Tsipras ha demostrado que su intención nunca fue la salida del euro, como prueba el hecho de haber firmado un rescate que poco tiene que envidiar a los programas de ajuste anteriores y que le ha costado la ruptura de su partido, Syriza.
Su rival conservador en la actual carrera por la jefatura de Gobierno, Vangelis Meimarakis, ha llegado a decir de él que se ha convertido en el “niño mimado” de la Unión Europea tras haber firmado el rescate.
Tsipras nació en 1974, apenas unos días después de la caída de la Junta de los Coroneles, que había oprimido al país desde 1967.
Desde el instituto, despuntó como líder estudiantil en las protestas contra las reformas educativas de los sucesivos gobiernos y como militante de las juventudes del poderoso Partido Comunista de Grecia (KKE), entonces aliado con otras fuerzas de izquierda en una coalición.
La caída de la Unión Soviética provocó una escisión en el seno de KKE, y la mayoría de sus militantes abandonó esta coalición, mientras una minoría permaneció en ella.
Tsipras optó por estos últimos y por la amalgama de socialistas, trotskistas, maoístas, ecologistas y otras varias familias de la dividida izquierda que en 2004 se convertiría en la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza).
Ingeniero civil de profesión, su carrera política empezó en 2006, cuando fue nombrado candidato de su partido a la alcaldía de Atenas y consiguió el 10,6 % del voto, un resultado inesperado que le propulsó, a inicios de 2008, a la presidencia de Synaspismós, principal componente de Syriza.
El giro radical que dio al discurso político de su partido le costó una escisión, a inicios de 2010, del ala más moderada, que creó otra formación, Dimar.
Después de las elecciones de 2012, Tsipras emprendió con éxito el trabajo laborioso de fusionar los distintos grupúsculos en un solo partido, Syriza.
Ese mismo año, empezó su ascenso fulminante, cuando, para sorpresa general, su partido, cuya influencia electoral se situaba hasta entonces entre 3 % y 5 %, se convirtió en la segunda fuerza política gracias a un programa de rechazo de la austeridad draconiana que los acreedores del país habían impuesto a Grecia.
En los dos años y medio que siguieron se lanzó a la conquista de la clase media griega, que tras seis años de recesión, vio hundido su nivel de vida.
Tres años después, el protagonista de la política antiausteridad no solo se ha convertido en un discípulo aplicado de la eurozona, sino que de unificador de Syriza ha pasado, a ojos de muchos, a ser el enterrador del partido.
Ha sido bajo su Gobierno y su liderazgo cuando se ha producido una nueva escisión, esta vez por la salida de la facción más radical, liderada por el exministro de Energía Panayotis Lafazanis.
Hace pocas semanas Lafazanis fundó una nueva formación, la Unión Popular, que en las elecciones del próximo domingo acude como rival de Syriza, con un programa contra el rescate.
Esta vez, Tsipras ya no se presenta como el revolucionario que acabará con la austeridad o dará marcha atrás a las privatizaciones, por citar algunos de los lemas de su anterior campaña, sino como el estadista que quiere darle un rostro algo humano al programa de ajustes que acompaña al tercer rescate.