Quienes personalmente visitamos año y tanto atrás la frontera tachirense, constatando como otras veces sus dramas, a sabiendas de la mil veces denunciada presencia de las fuerzas irregulares del vecino país y del sufrimiento padecido por la población bajo la dictadura de la escasez, no creemos en la versión oficial. Nunca los gobernantes han dicho la verdad, abovedadas celosamente las cifras (macro) económicas que deben periódicamente divulgar, por no citar otros sobrados ejemplos.
El chauvinismo populista es la tentación postrera del régimen para salvarse de la paliza electoral que recibirá muy pronto, por lo que la maniobra de provocación – al este u oeste de la República – constituye un recurso desesperado. Y es que tantos afanes patrióticos tampoco se compadecen con la presencia decisiva de los cubanos en nuestro país, creada y fortalecida la inmensa deuda que ahora nos anuda a China.
Cierto, el Estado-Nación significa cohesión y se obliga como cohesionador, pero ellos insisten en monopolizarlo negándole hasta el sentido de pertenencia a las mayorías venezolanas que desean silentes y resignadas, exiliadas en suelo propio. Peor todavía, donde se dice hambruna, epidemia o incapacidad de recepción de las morgues, el gobierno insiste en guerra económica, guerra bacteriológica y guerra psicológica, porque la inseguridad personal es una sensación (… que mata).
El problema reside en la desconfianza de los venezolanos hacia el propio gobierno, cuya credibilidad no logran levantar sus venenosas campañas propagandísticas y publicitarias. Aminoraría el riesgo si hubiese órganos independientes del Poder Público que, como la Asamblea Nacional, fuese capaz de adelantar libremente una investigación, interpelar a las autoridades competentes, o contásemos con medios de comunicación independientes para un debate necesario y esclarecedor.
Revisando una no tan vieja compilación, Verónique Hébrard distinguía entre la experiencia histórica colombiana y la venezolana, prendiendo fuertemente en ésta una relación directa entre proeza militar y capacidad política, suposición que remite a la heroización del hombre en armas (“Mitos políticos en las sociedades andinas”, Caracas, 2006). Vale decir, al imponer el Estado de Excepción, el régimen desea una escena y un escenario que fuesen capaces de acreditarlo – al menos – ante la opinión pública, trastocando sus apuros en una cuestión de marcialidad y patriotismo al remover el subconsciente colectivo.
@LuisBarraganJ