Un niño pequeño y muy delgado, corre por el borde de la carretera Troncal del Caribe. Entre cujíes, el infante da saltos en tropel de manera circular. Su cabellera seca y pajiza, contrasta con una sonrisa que invita a participar en su juego mañanero. Con sus manos famélicas, sostiene un cartón que muestra un número escrito en bolígrafo. Pregunto: ¿Mil doscientos qué chamo? El niño sonríe y se recuesta sobre mi carro, metiendo el cartoncito por la ventana.
Jesús Contreras/Panorama
Inmediatamente sale otro, de unos 14 años, aproximadamente, que estaba sentado bajo un cují. En su rostro tiene las marcas indolentes del sol. Al acercarse a la ventana, el olor a carburante se esparce por toda la cabina del vehículo. “Mil doscientos el punto de gasolina”, lanza el adolescente con naturalidad una cifra que lo aleja —como a muchos niños de la guajira— de las aulas de clases. Esa mañana, el precio por el punto de gasolina para la compra era de 1.200 bolívares.
Un punto de gasolina es la medida equivalente a 23 litros del combustible, que luego serán vendidos en Maicao por 28 o 29 mil pesos —con esa cantidad de dinero un venezolano llenaría el tanque de su carro durante dos años y medio—. Segundo, al igual que muchos niños en Paraguaipoa, prefiere estar en la carretera bachaqueando que ir al colegio.
“Mi trabajo es pararme en la vía y llevar a los bachaqueros a tanquear hasta las caletas. Después me regresan hasta el mismo lugar para seguir trabajando”.
Continuar leyendo en: Panorama.com.ve