Nuestra nación -desde que nos apestó la lepra chavista- se ha convertido en una larga y desordenada fila de mendigos que suplican un día papel higiénico, otro día medicina, todos los días libertad.
Signo ineludible de nuestro caos es ese rumor permanente que enmaraña quejas, lamentos y mentadas de madre en una gritería social a un tiempo ensordecedora e histérica.
Es difícil pronunciarse en medio de tanto estrépito lacrimoso; por una parte por la asfixia personal y la falta de aire; y por la otra, por la algarabía y el estruendo.
Para decir algo, para manifestar nuestra angustia, uno va abriéndose paso en la algarabía entre empujones, codazos, rasguños y mordiscos.
Sólo gritando con brío nos escuchamos.
Seguir gritando
En Venezuela uno no opina, uno grita, se queja o menta madres para entenderse.
Las opiniones sobran, resultan vanidosas e intrascendentales. ¿Quién se atreve a emitir una simple opinión en medio de este berenjenal? Nadie. Por eso hay que seguir gritando.
Por ejemplo yo para pronunciarme -¿gritar?- en este preciso instante en el que escribo le he pateado el trasero a Diosdi Cabello, he agarrado por el cuello las infamias de Rodríguez Torres, he esquivado cinco cachetadas de esa doña histérica que es Jorge Rodríguez, me he librado de los arañazos de Maduro y le he dado un lepe a ese cualitativo cuantitativo pasmado que es González López.
Así “parlamentamos” en esta sociedad arrasada…, entre empujones, rasguños y mordiscos.
Grito, luego existo.
¿Elecciones parlamentarias?
Resulta paradójico que la oposición -en medio de la gritería nacional- promueva que las elecciones “parlamentarias” significarán una oportunidad para liberarnos del apocalipsis. La realidad es que no es ni será así. La gritería se intensificará.
A menos que los representantes de la Mesa de la Unidad (MUD) hayan perfeccionado sus técnicas de boxeo, artes marciales o se hayan especializado en ultimate fighting, uno no termina de entender en qué lógica se fundamenta tanto candor. Preocupa su pueril optimismo.
Vienen tiempos rudísimos. Las elecciones parlamentarias si no son acompañadas por una movilización nacional noviolenta clavarán un puñal en el corazón del venezolano.
El pueblo está harto, sí, estamos hartos. No lo decepcionemos, no nos decepcionemos. Esperemos que los representantes de la MUD velen más por los supremos intereses de la democracia y del pueblo que por los suyos propios.
El grito de rabia y dolor sordos será inacabable si no luchamos por defender el voto. Las elecciones parlamentarias no servirán de nada sino luchamos.
Que el grito y la lucha le den valor a nuestro voto.
El error de Capriles
Este inciso sobre Capriles, parte reproche, parte razonamiento crítico, no aspira crear más división entre opositores. Es un llamado de atención, a gritos.
La unidad es fundamental y todos en este crucial momento -estoy convencido de ello- tenemos la misma aspiración de libertad para Venezuela. Lo que nos distancia son los métodos, y los gritos.
Pero hay que subir el tono y recordarle a la dirigencia opositora -para que no vuelva a suceder- que no haber defendido la victoria electoral de abril de 2013 no sólo ha causado más de sesenta mil muertes violentas en el país (probablemente Mónica Spear y muchos más estarían vivos), sino que esa debilidad de carácter ha abismado a Venezuela en un ruina histórica (social, política, cultural y económica) cuyas consecuencias, sobre todo las morales, aún están por conocerse.
La entrega del vasto y riquísimo territorio de la Guyana Esequiba; la destrucción del aparato industrial y productivo del país; la claudicación definitiva y la entrega del poder político a Fidel Castro; la depravación moral y la criminalidad penetrante en todos los sectores de la vida pública y privada de la nación; el dramático e injusto éxodo de venezolanos, como jamás en nuestra historia; la degradación cultural, la injusticia y el holocausto social al que hemos llegado; y un largo etcétera de horror y decadencia se habrían podido evitar si Capriles hubiese obedecido legitima, legal y constitucionalmente el mandato soberano del pueblo de Venezuela que lo hizo presidente.
Capriles no lo hizo, desobedeció -engañándola- la voluntad suprema de un pueblo expresada en votos, que es la más fidedigna de las expresiones democráticas, y estamos viviendo, como consecuencia de esa flaqueza, una de las peores crisis que hayamos vivido en nuestra historia.
Venezuela no es una falacia, es una desgracia por no haber defendido los votos en su momento.
¿Fallaremos de nuevo?
El desafío, la organización y la movilización
Ni las elecciones parlamentarias ni un parlamento opositor cambiarán mayor cosa, pero una movilización que las acompañe puede causar la quiebra del régimen.
Se ha asumido el desafío de participar en las elecciones, habrá que organizarse y movilizarse para vencer y reivindicar los resultados. Lo más importante es esto último: reivindicar los resultados.
Fallar no es una opción, acobardarse menos, por el bien de nuestra patria, por el futuro de nuestro país y por la dignidad del venezolano, urgente es vencer y reivindicar -movilizándose y luchando- esa victoria.
El cambió no vendrá con el seguro triunfo opositor -la oposición vencerá sin duda por más que la “tigra mariposa”, esa serpiente “encuestadora”, se empeñe en generar dudas (su principal cliente se lo exige).
El cambió sólo vendrá con millones de venezolanos (esa palabra acentuada en la bravura y la gloria) movilizados exigiendo y conquistando su derecho humano a ser libre, sin mendicidad ni limosneo.
La atención del mundo está posada sobre Venezuela, que un grito brioso, lleno de virtud y honor, entre codazos, arañazos, empujones y zancadillas, se abra camino y muestre de qué estamos hechos los venezolanos.
Lo digo casi a gritos: ojalá la dirigencia opositora no nos clave un puñal en el corazón.
Que nuestra mayor fuerza, pese a las diferencias, sea la unión.
¡Votemos y venzamos! Eso depende de todos.
@tovarr