Dos historias que parecen diferentes en la forma, pero en el fondo representan el grado de descomposición social que vive Venezuela: El pariente de una familia amiga, residenciado en el exterior, les anunció que vendría a visitarlos y les pidió que pasaran a buscarlo al aeropuerto. Por razones obvias, le sugirieron que no saliera de la zona restringida, hasta que ellos no pasaran a buscarlo. Al llegar a Maiquetía, lo llamaron a su celular pero este aparecía apagado. En la aerolínea les confirmaron que el pasajero había llegado en el vuelo asignado. Buscaron por todas partes, ayudados por funcionarios de seguridad del aeropuerto, quienes además, solicitaron apoyo de funcionarios antisecuestro. Tras horas de angustia, entró una llamada desde un número desconocido; con voz angustiada, su familiar les manifestó que había sido secuestrado y el señor que lo acompañaba requería el pago de sus servicios. La policía detuvo al portador del teléfono, quien por cierto, no era el secuestrador, sino un taxista que lo estaba auxiliando. Lo insólito de esto es que: a) el muchacho fue secuestrado en un área del aeropuerto con acceso restringido. Sus captores lo ruletearon durante horas, robaron todas sus pertenencias y lo amenazaron de muerte para que no volviera al aeropuerto. b) los funcionarios que, supuestamente, rescataron al joven, desde ese mismo día no cesan de llamar a la familia, pidiéndoles “colaboración” por el favor prestado, recordándoles, sutilmente, que saben donde viven y conocen todas sus rutinas.
El segundo caso le sucedió a una gran amiga, cuyo hermano sufrió un accidente que devino en una fractura. Por lo complejo de la lesión, esta ameritaba operación y prótesis, ambas eran incosteables para el enfermo y sus familiares, ya que, el paciente por tener una edad avanzada, carecía de póliza de seguro. Un familiar le consiguió cupo en un hospital público. Allí todos vivieron su infierno particular. El enfermo y sus familiares sufrieron el acoso de médicos y empleados, en retaliación por haber sido ingresado obviando el filtro acostumbrado. Durante cerca de 30 días, uno y otros, soportaron penurias, sin que llegara la prometida operación. Al final, las condiciones infrahumanas lo condujeron a la muerte, con la cual sobrevino la segunda parte del viacrucis: el Acta de Defunción. Para que les firmaran ese documento, debieron pagar una cantidad considerable de dinero y además fueron obligados a declarar que su hermano había fallecido en su casa. Así los desalmados garantizan su inmunidad ante futuros reclamos. ¡Hipócrates debe estar revolcándose en su tumba!
*Coordinador Nacional de “Gente” Generación Independiente
@alvareznv