Te cuento, hermano: ¿Dallgow en La Guajira? Por @FariasJoseLuis

Te cuento, hermano: ¿Dallgow en La Guajira? Por @FariasJoseLuis

thumbnailjoseluisfariasEl reportero Michael Meyer, autor de un excepcional reportaje sobre la caída del Muro de Berlín, titulado “El año que cambió el mundo”, cuenta en su libro que en noviembre de 1990, un año después de la caída del muro, la Alemania Oriental se había convertido en el principal destino turístico del mundo. Al que la gente asistía como si se tratara de un gran “parque temático”, necesario para conocer cómo era en realidad el comunismo antes de que desapareciera de una vez por todas.

¿Cómo ver a un ruso?

Siendo que uno de los dinosaurios de ese parque era el famoso Ejército Rojo que reunía trescientos ochenta mil hombres repartidos en un corredor de mil seiscientos kilómetros desde el Báltico, en el norte, hasta el mar Negro en el sur, el hecho de que Moscú había aceptado retirarlo lo convertía en un gran atractivo para un reportero.





Viajando al sur, a Wuensdorf, cuartel general de los mandos soviéticos, cuenta Meyer: “había oído rumores según los cuales las tropas soviéticas estaban vendiendo armas en un nuevo mercado negro y decidí investigar un poco. Por razones que en el momento parecían lógicas, esta aventura terminó conmigo trepado en un pino para espiar por la pared de concreto de una base rusa en lo profundo de un bosque accesible solo por una carretera maderera llena de profundos surcos”.

La intrepidez reporteril de Meyer le ganó una caída del árbol, un brazo partido y llegar “lloriqueando” a un hospital de Berlín. “El doctor se divirtió con la historia” del origen del trauma y le dijo que “para ver a los rusos no hay necesidad de caerse de los árboles. Solo vaya para el vertedero de la ciudad”.

Pobres carroñeros

Paseando por un suburbio de Berlín llamado Dallgow, “hogar de un basurero municipal y de una guarnición soviética”, Meyer vio una docena de soldados rusos uniformados, “escarbando entre la montaña de desechos malolientes”. Llamó su atención que “no eran reclutas, estaban mal alimentados y rara vez les pagaban. Eran oficiales: tenientes, capitanes, coroneles, comandantes de campo del presumido Ejército Rojo que había derrotado a Hitler y mantenido a media Europa bajo su dominio. Uno de ellos cargaba una bolsa plástica en la que echaba los tesoros encontrados: una tostadora dañada, un juguete abandonado. Otro fumaba despreocupadamente en medio de la basura, un pedazo de desgastado tapete enrollado bajo un brazo junto con una sucia almohada de pana. Me miró a los ojos y escupió”.

Resalta Meyer que “durante décadas los estadounidenses vivieron temiendo a esos hombres”. Miedo que los hizo prepararse para la guerra “apostando cientos de miles de tropas en Alemania”, gastar millones de millones en armamento, prepararse para la guerra nuclear, combatir la amenaza comunista en Vietnam y Corea y financiar guerras en una docena de países desde Somalia y Nicaragua hasta Afganistán. “Todo para rechazar a . . . ¿estos pobres carroñeros? Aquí estaba el verdadero ejército rojo, la cáscara de una antigua y poderosa fuerza, capaz de escupirle a la victoriosa América pero a duras penas capaz de vestirse y equiparse, mucho menos de arremeter a través de la Brecha de Fulda hasta Alemania occidental y por Frankfurt, el centro financiero de Europa occidental, hasta el Canal de la Mancha”.

Haber escrito un artículo lleno de estas “atmósferas deprimentes” de los oficiales rusos en el basurero de Dallgow post guerra Guerra Fría, veinte años después le hizo sentirse “avergonzado, especialmente por su tono triunfalista”. Porque a pesar de que “fue humillada la Unión Soviética (…) el Ejército Rojo continuaba siendo formidable (…) los rusos fueron los grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial (…) y pagaron esa victoria con veintitrés millones de muertos (las pérdidas de los estadounidenses fueron menos de medio millón de vidas)”.

¿Dallgow en La Guajira?

En mis recientes viajes al estado Zulia pude oír historias sobre las condiciones de vida de los soldados venezolanos apostados en La Guajira por el llamado “Estado de Excepción” que trajeron a mi memoria la crónica de Meyer que he parafraseado para ustedes. No porque los oficiales venezolanos estuvieran en la precariedad de la existencia de los oficiales soviéticos de Dallgow. Jamás, aquí mientras más alto el rango militar, mayor el disfrute de los excesos del matraqueo, el abuso, el contrabando.

Les echo el cuento del basurero por los reclutas de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana que envían a La Guajira para sostener la pesadilla represiva contra los pobladores indígenas de la región, acusados de esa modalidad del contrabando de extracción llamado “bachaqueo”, como si esa fuera la verdadera causa de la escasez en Venezuela.

Semanas atrás, en Caracas, había oído de fuentes militares que “la incapacidad del régimen para abastecer a las tropas diseminadas en el área, pueden darle apenas una comida diaria en medio de los rigores de ese medio ambiente. La circunstancia habría obligado a disminuir considerablemente el número de tropas en la zona”.

Esos datos en boca de guajiros se convierten en relatos de hambre, de penurias, hasta de muerte, que pudieran poner a los reclutas cerca de la reseñada práctica carroñera de los soviéticos de Dallgow para subsistir, como los múltiples casos de soldados robando a cualquier transeúnte por simplemente comer.

El drama no es solo de la tropa

Yamelys Herrera, guajira, profesora universitaria y candidata a la Asamblea Nacional por la Mesa de la Unidad Democrática, nos dijo que con la medida del Estado de Excepción y las mentadas Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP), “el gobierno le dio un golpe en el estómago al pueblo guajiro”.

La reciedumbre de Yamelys se registra en su verbo claro, certero y firme a la hora de decir las cosas como las ha visto en sus andaduras por La Guajira, Mara, Almirante Padilla, municipios indígenas atrapados por el hambre y la represión.

“El rechazo al presidente Nicolás Maduro es total en la Guajira, el pueblo lo identifica como el responsable principal de su tragedia. Las cosas han cambiado mucho desde el Estado de Excepción, ahora la gente nos da entrada a sus viviendas, nos acompaña por las calles, se emociona con la posibilidad de un cambio. Mis recorridos son a pie, mi carrito se accidentó. Sin embargo, yo sigo. Nada me va a detener”

Refiere que “allá -en La Guajira- un kilo de arroz cuesta novecientos bolívares y puede llegar a costar hasta mil quinientos. Un bidón de veinte litros de gasolina anda por los 2.500 bolívares. No hay forma en que, con esa realidad, Maduro pueda revertir la imagen que los guajiros se han formado de él. No lo quieren y punto”.

La distancia esconde o distorsiona la realidad de las cosas. El acercamiento espacial o a través de la gente nos da una perspectiva más próxima a la verdad. La óptica de las encuestas no es suficiente para tomar decisiones políticas. Urge mayor atención y respaldo a quienes como Yamelys Herrera se sudan con su pueblo para rescatar la democracia en el país.