Entonces la mayoría comenzó a creer que era posible, que no había razones para seguir viviendo humillados. Nos dimos cuenta que éramos más, que nada nos impedía librarnos de una minoría opresora, inmoral y corrupta. Fue así como el temor partió y comenzamos a armarnos de valor para enfrentar unidos la mayor de las batallas que nos tocaría encabezar como generación: La batalla para recuperar a Venezuela.
No fue la violencia la que nos condujo a la victoria, fue la conciencia de millones que entendieron que era el momento de darle un vuelco al país. Todos sabíamos era un proceso lento, pero nos sobraba determinación, no era poco lo que nos había tocado padecer como pueblo y eso nos hizo plantearnos muchas veces la idea de cambiar, solo que esta vez estábamos convencidos que era posible.
Ese largo camino de transformaciones inició justamente en nosotros, cuando modificamos nuestra manera de pensar, nuestra visión del mundo, nuestra propia definición como venezolanos. Pasamos de la cultura del “más vivo” a los tiempos del amor al trabajo, del respeto, de la honestidad. Reconocimos lo nunca antes nos habíamos atrevido a reconocer: que una nación no puede cambiar si sus ciudadanos no cambian.
Poco a poco empezamos a ver a nuestro alrededor, a sentir las penas del otro, hasta el punto que las hicimos nuestras. Eso no solamente condujo a generar empatía, sino que nos permitió recuperar la confianza. La trampa quedó en el pasado y dio paso a la solidaridad. Era todo muy extraño, no te llamaban pendejo por ser honesto, pues la honestidad en ese país que nacía comenzó a ser la regla.
Los venezolanos finalmente nos aceptarnos en las diferencias. Muchos llamaron a eso “tolerancia”, pero para mí significo un gran paso en nuestro proceso de aprendizaje como pueblo, por primera vez mostramos disposición por entendernos, sin juzgar, sin señalar. Durante mucho tiempo nos encerraron en nosotros mismos, en nuestros problemas, repitiéndonos sin cansar que la única forma de avanzar era llevándonos por delante a los demás y en esa avalancha que generamos, la situación país fue la que nos arrastró a nosotros.
Que orgullo se siente hoy ver hacia atrás y admirar como fuimos capaces de levantamos y comenzar de nuevo. Entre los escombros del odio y la destrucción logramos edificar las bases de un nuevo país, uno que jamás olvidará lo que sufrió, no para emprender venganza, sino para nunca más repetirlo, para que nadie más lo vuelva a arrodillar ¡Yo sí creo! Ve y cree.
Brian Fincheltub
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