Miedo y desconfianza: La vida ha cambiado en la ciudad de los atacantes de California

Miedo y desconfianza: La vida ha cambiado en la ciudad de los atacantes de California

(Foto Reuters)
(Foto Reuters)

Sorpresa, miedo y desconfianza: la vida ha cambiado radicalmente en la pequeña localidad de Redlands, donde vivía el matrimonio musulmán que perpetró una de las peores matanzas de los últimos años en Estados Unidos. AFP

La casa de Syed Farook y su esposa Tashfeen Malik está situada en un típico barrio de clase media estadounidense, tranquilo y familiar, donde los niños han jugado siempre en la calle con total seguridad.

Pero volver a la normalidad tras saber que ambos mataron a 14 personas e hirieron a otras 21 el pasado miércoles en la cercana San Bernardino (California) está siendo una tarea titánica para los vecinos.





“Toda la gente tiene miedo”, cuenta a la AFP una mujer de origen latino que prefiere no dar su nombre por precaución.

“Llevo 30 años viviendo aquí y nunca había pasado nada. Mi hija quiere irse de aquí”, afirma temerosa.

La gente usa ahora el garaje para entrar y salir de su casa y se muestra desconfiada a la hora de abrir la puerta.

“Soy testigo de Jehová” y desde la tragedia “nadie quiere abrirme”, lamenta.

Unas casas más lejos, Alva Simmons recuerda que hace unos días tuvo una peculiar conversación con su familia que ahora toma otro contexto.

“Hablamos de terrorismo y de que no teníamos nada de qué preocuparnos en Redlands”, afirma.

Su sorpresa fue mayúscula cuando se enteró de que sus vecinos guardaban un gran arsenal de armas, municiones y bombas caseras.

El FBI está convencido de que la pareja, casada desde 2014 tras conocerse por internet un año antes, se radicalizó hace ya un tiempo.

Las investigaciones apuntan a que el ataque, declarado un acto terrorista, fue planeado con tiempo y que el matrimonio se inspiró en los métodos del Estado Islámico (EI).

Las autoridades todavía no han confirmado si Malik, una paquistaní de 29 años, colgó en Facebook un mensaje de lealtad al líder del grupo yihadista poco antes de la matanza, tal y como informaron los medios locales.

“Parecía amable, pero se veía que no tenía ganas de hablar”, explica Amanda Witherspoon, una enfermera de 37 años, sobre la esposa de Farook.

Alguna vez se la cruzó por la calle con su hija. “¿Qué edad tiene? Es preciosa”, le dijo hace poco.

La niña, de seis meses, se ha quedado huérfana: sus padres fallecieron en un enfrentamiento con la policía horas después del tiroteo.

“Yo no tengo nada que ver”

La hija de Witherspoon lo está pasando bastante mal. Tiene 11 años y se ha enterado de todo lo que ha ocurrido. “No ha querido volver a la escuela”, señala su madre.

Los niños no son los únicos que tienen problemas para gestionar el miedo.

Elisabeth Abbinante, una auxiliar administrativa de 35 años, siente que el temor la domina. “Estoy muy nerviosa, desconfío de todo, cuando suena el teléfono me da miedo que sean malas noticias”, asegura.

Por ahora prefiere evitar las grandes aglomeraciones. Su esposo le propuso comprar unas entradas para ir a un concierto el mes que viene. Su respuesta fue clara: “Absolutamente no”.

“No fui al cine este fin de semana”, reconoce.

A lo lejos se oye una música árabe procedente de un camión blanco. “Es difícil no juzgar a la gente ahora”, dice desolada.

El ataque también ha dejado el temor a represalias, incluso en ciudadanos que pertenecen a otras religiones.

Daya Sing se ha dado cuenta que desde el pasado miércoles la gente le “mira mal” cuando entran en la gasolinera en la que trabaja, a pocos pasos de la casa de Farook y Malik.

Este hombre de 53 años es indio y luce una barba larga y oscura. “Yo no tengo nada que ver con la comunidad” musulmana, reclama.

“Hay millones de musulmanes en el mundo. Y por unos cuantos locos, todo el mundo piensa que son todos iguales”, fustiga César Paredes, vecino de la mezquita en la que rezaba Farook varias veces por semana.