Gatopardismo es un término derivado de la novela Il Gattopardo de Giuseppe Tommasi di Lampedusa. El título de la obra asemeja al protagonista principal de la novela, Fabrizio Corbera príncipe de Salina, con un leopardo en su mimetismo para el logro de sus particulares objetivos. El felino, con su piel maculada y pisada “algodonada”, se confunde con la espesura del bosque para cazar y poder sobrevivir; el príncipe, sofocando su dignidad y orgullo, cambia de careta para mantener su poder y status ante la proximidad de una realidad política incierta que se avecina.
El marco histórico en el que se desarrolla la novela gira entorno al proceso de emancipación italiana y la expulsión de los Borbones de Sicilia en la segunda mitad del siglo XIX.
Ante la noticia del desembarco de Garibaldi en la isla, Tancredi- sobrino predilecto del príncipe de Salina- decide unirse al revolucionario y a sus mil hombres. Él no lo hace por espíritu patriótico o por el entusiasmo de una renovación social y política, sino exactamente para asegurarse que ocurra exactamente lo opuesto: evitar cualquier modificación en la realidad.
La defensa de su privilegio social es lo que une instintivamente al tío y al sobrino, impulsándolos a participar y protagonizar el nuevo evento para impedir cualquier cambio. Detrás de la agitación política de los revolucionarios garibaldinos de camisas rojas y la aparición de nuevos rostros en el quehacer político y la anexión de la isla al Reino de Italia, Sicilia debe seguir siendo exactamente la misma.
Lo que convierte en un clásico a esta novela de Tommasi di Lampedusa es su vigencia atemporal y “a-espacial”. El gatopardismo ha sido a menudo una constante en la esfera política en distintas latitudes. Venezuela, que no es la excepción, ha sufrido este fenómeno desde el ’58; partidos políticos con raíces marxistas y vocación social-populista como socialdemócratas y socialcristianos se han alternado en el poder, evidenciando exclusivamente una diferencia de color en sus “casacas”, blancas o verdes.
Actualmente, la situación no cambia de fondo en lo más mínimo; el modelo que otorga beneficios a cambio de fidelidad ciega y personalista, ha seguido y se ha perfeccionado no obstante las toneladas de “maquillaje” para mostrarse diferente. Después de blancos y verdes, vinieron las “chiripas naranja”, que prepararon el terreno para los últimos y rezagados actores del sistema político naciente en aquel ’58: los rojos comunistas.
De lograrse una reflexión desapasionada y cargada de argumentación epistémica, con respecto a lo acontecido en las últimas votaciones para la asamblea nacional, sería viable admitir que el gatopardismo está más vigente que nunca. Este “querer cambiar para no cambiar nada” es lo que mantiene viva a esa clase dirigente que siempre ha ganado votaciones por la desesperación de electores que los escogen por no tener una alternativa virtuosa y creadora. En otras palabras, no te escojo porque representas una opción a este sistema descompuesto, sino para “castigar” a los que te antecedieron. Mientras las diferencias entre los actores políticos giren entorno al color de la indumentaria, a la velocidad con la que se “sube el cerro”, a su capacidad hipnotizadora para traficar almas, o sencillamente a cuánto estás dispuesto a regalarme, manteniendo así un sistema de dominación esclavista-clientelar, jamás habrá plenitud y porvenir, fortaleciendo el más rancio gatopardismo.