Dice un dicho popular: “lo cortés no quita lo valiente”. En mi semblanza biográfica del líder militar merideño General Juan de Dios Celis Paredes, cuento un pasaje ejemplarizante que invita a compararlo con el aporreado presente. Eran otros tiempos con hombres de y con clase.
A raíz del golpe del 28 de noviembre de 1948, Celis Paredes sale de su casa que tenía por cárcel. Tenía juicio en su contra como alto funcionario del depuesto gobierno del General Isaías Medina Angarita, el soldado demócrata.
La junta Militar nombró a Celis Paredes Gobernador del Distrito Federal y su primera actuación fue ir a la Escuela Militar donde estaba detenido don Rómulo Gallegos con su esposa y algunos familiares. Fue él personalmente a constatar y garantizar que el presidente depuesto, maestro de juventudes y gran novelista, fuese tratado con todas las reglas de la cortesía y la decencia. Y, en su hidalgo gesto, Celis Paredes acompañó a Gallegos y a doña Teotiste Arocha, su esposa, hasta el pie del avión que lo llevaría al exilio a Cuba y a México por más de diez años.
Traigo a la memoria este incidente del pasado, por el trato y humillación a la madre y la esposa de Leopoldo López preso en Ramo Verde, hecho vil que ofende e indigna a todo venezolano que se precie de serlo. Recordemos, pues, cuando decentes eran los funcionarios públicos.