A hora que los precios del petróleo se han acomodado en una franja a largo plazo de 30-50 dólares/barril (como describimos aquí hace un año), los usuarios energéticos por todas partes disfrutan de un pequeño impulso a sus ingresos anuales, valorado en más de 2 billones de dólares. El resultado neto acelerará sin duda el crecimiento global porque los beneficiarios de esta tremenda redistribución son principalmente hogares de rentas bajas y medias que gastan todo lo que ingresan.
Por Anatole Kaletsky | Project Syndicate
Desde luego, habrá también grandes perdedores -sobre todo, los Gobiernos de los países productores de petróleo, que agotarán sus reservas y pedirán prestado en los mercados financieros durante todo el tiempo posible para no recortar el gasto público-. Es, al fin y al cabo, el enfoque favorito de los políticos, sobre todo cuando libran guerras, desafían a las presiones geopolíticas o se enfrentan a levantamientos populares.
Pero no todos los productores pierden por igual. Un grupo que está recortando bruscamente son las petroleras occidentales, que han anunciado reducciones inversoras de unos 200,000 millones de dólares este año. Y eso ha contribuido a la debilidad de las bolsas de todo el mundo, aunque paradójicamente los accionistas de las petroleras podrían acabar beneficiándose a lo grande de esta nueva era de petróleo barato.
Solo deben cumplir una condición: las directivas de las grandes compañías energéticas deben enfrentarse a la realidad económica y abandonar su obsesión dispendiosa de encontrar petróleo. Las 75 principales petroleras todavía invierten más de 650,000 millones de dólares al año en la búsqueda y extracción de combustibles fósiles en entornos cada vez más desafiantes. Es uno de los mayores errores en la asignación de capital de la historia, económicamente viable solo por los precios artificiales de un monopolio.
Época difícil para el monopolio
Ahora, el monopolio se enfrenta a una época difícil. Suponiendo que el desarrollo del gas de esquisto, las presiones medioambientales y los avances de la energía limpia mantengan al cártel de la OPEP paralizado, el petróleo pasará a cotizarse como cualquier otra materia prima en un mercado normal competitivo, como ocurrió entre 1986 y 2005. Cuando los inversores entiendan esta nueva realidad, se centrarán en un principio básico de la economía: el coste marginal.
En un mercado competitivo normal, los precios se fijan a partir del coste de producir un barril adicional de los yacimientos más baratos con capacidad sobrante. Es decir, todas las reservas en Arabia Saudí, Irán, Irak, Rusia y Asia central deberán desarrollarse al máximo y agotarse antes de que nadie se moleste siquiera en explorar debajo del hielo del Ártico, en las profundidades del Golfo de México, o cientos de millas de la costa de Brasil.
Por supuesto, el mundo real nunca es tan simple como los libros de texto económicos. Las tensiones geopolíticas, el coste del transporte y las deficiencias en infraestructuras hacen que los países consumidores de petróleo estén dispuestos a pagar una prima por la seguridad energética, incluida la acumulación de suministros estratégicos en su territorio.
Sin embargo, con la OPEP contra las cuerdas, el principio general se aplica: ExxonMobil, Shell y BP ya no pueden aspirar a competir con las empresas saudíes, iraníes o rusas, que ahora disponen de acceso exclusivo a unas reservas que pueden extraerse con unidades de bombeo decimonónicas. Irán, por ejemplo, asegura que produce petróleo a solo un dólar por barril. Sus reservas disponibles (en segundo puesto en Oriente Medio solo después de las de Arabia Saudí) se desarrollarán deprisa, en cuanto se levanten las sanciones económicas internacionales.
Para las petroleras occidentales, la estrategia racional será detener la exploración de petróleo y buscar beneficios en el suministro de equipos, conocimientos geológicos y nuevas tecnologías, como la fracturación hidráulica (fracking) a los países productores de petróleo. Su objetivo último debe ser vender sus reservas actuales de petróleo lo antes posible y distribuir el tsunami resultante de efectivo entre sus accionistas hasta que se agoten todos sus yacimientos de bajo coste.
Esa es, precisamente, la estrategia de autoliquidación que emplearon las tabacaleras, en beneficio de sus accionistas. Si los directivos del petróleo se niegan a quebrar del mismo modo, algunos accionistas activistas o raptores corporativos podrían hacerlo por ellos. Si un consorcio de inversores de capital privado recaudara los 118,000 millones de dólares necesarios para comprar BP a su precio actual, podría empezar a liquidar de inmediato 10,500 millones de barriles de reservas demostradas, valoradas en más de 360,000 millones de dólares, incluso al precio “deprimido” actual de menos de 35 dólares por barril.
Hay dos motivos por los que no ha sucedido (aún). Los directivos petroleros siguen pensando, con un fervor casi beato, en el aumento perpetuo de la demanda y los precios. Por eso prefieren gastar el dinero en buscar reservas nuevas en vez de maximizar los pagos líquidos a los accionistas. Y rechazan desdeñosamente la otra única estrategia posible: un cambio de inversión, de la exploración petrolera a las nuevas tecnologías energéticas que acabarán reemplazando a los combustibles fósiles.
Redirigir solo la mitad de los 50,000 millones de dólares que las petroleras podrían gastarse este año en la exploración de nuevas reservas duplicaría con creces los 10,000 millones de dólares en investigación en energías limpias anunciados en 2015 por veinte Gobiernos en la conferencia del cambio climático en París. El rendimiento financiero de tal inversión será muy superior sin duda a la prospección petrolífera. Y aun así, al preguntarle por qué su empresa seguía arriesgándose con la perforación en aguas profundas, en vez de invertir en la energía alternativa, un directivo de BP me contestó que “somos un negocio de perforación y eso es lo que conocemos. ¿Para qué dedicar el tiempo y el dinero a competir en nuevas tecnologías con General Electric o Toshiba?”.
Mientras las restricciones de producción de la OPEP y la expansión de los yacimientos baratos en Oriente Medio protegieron a las petroleras occidentales de los costes marginales, esta complacencia fue comprensible, pero el Gobierno saudí y otros Ejecutivos de la OPEP ahora parecen darse cuenta de que las restricciones de producción solo ceden cuota de mercado a los fraqueadores americanos y otros productores de alto coste, mientras que las presiones medioambientales y los avances en la energía limpia transforman gran parte de su petróleo en un “activo en desuso”, sin valor y que no nunca podrá ser usado ni vendido.
Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, ha advertido de que el problema del activo en desuso podría amenazar a la estabilidad financiera global si los “presupuestos de carbono” que implican los acuerdos del clima globales y regionales restan valor a las reservas de combustibles fósiles que las petroleras actualmente valoran en billones de dólares. Esta presión medioambiental interactúa ahora con el progreso tecnológico y reduce los precios de la energía solar a casi la paridad con los combustibles fósiles.
¿Reservas sin explotar?
A medida que la tecnología siga mejorando y se endurezcan las restricciones medioambientales, parece inevitable que gran parte de las reservas demostradas de petróleo del mundo se quedarán donde están, como la mayoría del carbón. Sheikh Zaki Yamani, el veterano ministro del petróleo saudí, lo sabía en los años ochenta, cuando les recordó a sus compatriotas que “la edad de piedra no se acabó porque los cavernícolas se quedaran sin piedras”.
La OPEP parece por fin haber asimilado este mensaje y se ha dado cuenta de que la era del petróleo se extingue. Las petroleras occidentales deben despertar a la misma realidad, dejar de prospeccionar y elegir entre innovar o liquidar.
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Anatole Kaletsky es economista jefe y copresidente de Gavekal Dragonomics y autor de “Capitalism 4.0, the birth of a new economy”
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